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Da grima tener que confesar, después de tantos años de aje– nas lamentaciones, que está por hacerse la primera biografía aceptable de Calderón. Alemania ostenta la primacía en los estudios calderonianos, desde los magníficos ditirambos de Guillermo Schlegel hasta la Bibliografía calderoniana de H. Breysmann, completada y criti– cada por Arturo Farinelli (el italiano enamorado de nuestras Le– tras), y los comentarios y trabajos críticos de Rosenkranz, Schmidt, Baumgartner, Krenkel, etc. No menos dignos de con– siderarse son, en España, los análisis literarios que de la obra calderoniana esbozó Menéndez y Pelayo, la tesis doctoral de A. Valbuena y Prat sobre los Autos Sacramentales y el estudio de E. Frutos sobre la Filosofía de esos Autos Sacramentales. Son estudios parciales, ensayos y escarceos, que, en determi– nados casos, podrán ser cotas definitivas, y en otros, simples ata– layas. Con esto y. con todo, aún podríamos felicitarnos si, en el orden puramente biográfico, hubiera sido tan afortunado nues– tro dramaturgo. Y no por olvido, sino por mala ventura. Por– que la que debiera haber sido primera fuente de información, la biografía que su presunto amigo don Juan de Vera Tassis y Villa-

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