BCCCAP00000000000000000000994

Bl l'JlRSONALlDAD Y MISIÓN 191 embarcó para Italia. Tocó en Génova y continuó por mar hasta Si– cilia donde visitó las tres provincias de la isla. Saltó luego al reino de Nápoles, que contaba hasta se:s provincias prósperas. Dirigióse después a las provincias de la Italia central. Interrumpió la visita para predicar la Cuaresma en Nápoles, y tuvo que dejar sin reco– rrer, a pesar de sus deseos, las ?rovíncias de Italia septentrional, porque sus dolencias no le permitían continuar en el mismo ritmo de los dos años anteriores. Así llegó el capítulo general el 27 de ma– yo de 1605, en que resignó gozosamente el cargo. San Lorenzo dejó a su paso por las provincias ultramontanas un largo recuerdo de severidad 36 • Depuso sin miramientos a provin– ciales, definidores y guardianes, idligió pesados correctivos, mostró– se inflexible frente a prelados y personas de calidad que reclamaban el ministerio de los capuchinos a costa de dispensas y mitigaciones en punto a observancia. Hasta se le tildó de precipitado en sus deci– siones. Siempre ha existido en las instituciones franciscanas su tan– to de fricción entre la concepción italiana del ideal y las diversas in– terpretaciones del otro lado de los Alpes. Es posible que el santo genet-:ai, como se le llamaba uná:limemente, no hubiera llegado a comprender del todo las exigencias objetivas que llevaban a las jó. venes provincias de Suiza, de Bé:.gica, de Francia o de España a entender un poco a su modo las normas que :regían en la Orden sobrt,c el apostolado del confesonario, rigor en los ayunos, número y calidad de los vestidos y sencillez de los edificios. Lo que nadie le negaba era su ejemplaridad heroica en todo aquello que exigía a los demás, su celo sobrenaturalmente impulsado y aquella caridad humilde y emocionada con que abrazaba a todos por igual. Sus pláticas sobre la observancia de l.i Regla y de las Constítuciones terminaban con frecuencia en una explosión de ternura hasta las lágrimas. Las marchas del venen.do general de un convento a otro convertíanse en clamorosas manifestaciones de las poblaciones del trayecto, y es claro que este hecho no podía ser sino consecuen– cia del aprecio que los mismos religiosos hacían de su virtud. Al 1JG. En particular ésa fue la impresión que debió de quedar en las comunidades españolas. T,os procesos de beatificación dejaron consignadas dos intervenciones for. tísimas del Santo por motivos de violación de la pobreza seráfica: una en el con– vento de Tarazona y la, otra, probablem,e:Jte, en el de Calatayttd. Véase, con todo, Celestino de AÑORBll, OFMCap: La antigi,a Prm•incia capu,china de Navarra y Can– tabria (Pamplona, 1951) 27. 32, y en el p:esente NÚMERO EXTRAORDINARIO.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz