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EL OTRO SAN ANTONIO DE PADUA 77 «Cultivaba el ingenio con fuerte aplicación al estudio y ejercitaba su espíritu en la meditación; ni de día ni de noche interrumpía la lectío divina. Al leer los textos bíblicos, sin quitar importancia al sentido histórico, robustecía su fe con las interpretaciones alegóricas y, aplicando a sí mismo las palabras de la Escri.– tura, acrecentaba los afectos con la práctica de la virtud ... Todo cuanto leía lo confiaba a una memoria tan tenaz, que en poco tiempo demostró un insospe– chado conocimiento de la Biblia.» 3 No fue sólo esa teología positiva -derivada del texto sagrado y de los comentarios patrísticos, diversa de la teología deductiva que iba dominando en Europa-'-, la que atrajo la pasión científica de Fernando, sino también la erudición en materias que eran consideradas marginales, como la historia natural tal como entonces era concebida; de ésta hizo buen acopio en la bien surtida biblioteca monástica; más tarde le serviría para comunicar interés a su predicación popular, ejemplificando y alegorizando sus conocimientos. Al recibir la ordenación sacerdotal con 25 años de edad, estaba plenamente formado el teólogo. Ante él se abría un porvenir de prestigio. Pero los planes de Dios eran diversos. Era el año 1220. En enero de aquel año habían padecido el martir~o los cinco primeros misioneros fránciscanos. Sus restos fueron recogidos y lleva– dos a Coimbra por el infante Don Pedro y depositados en la iglesia canonical de Santa Cruz. El ejemplo de aquel heroísmo hizo tal impacto en el espíritu de Fernando que le hizo imprimir un viraje total a su vida: ofrendaría a Cristo su vida y, con ella, su bagaje científico, su porvenir terreno: el martirio era su único anhelo. Se presentó en el eremitorio de Olivais, donde moraban los primeros hermanos menores llegados a Portugal, y pidió ser recibido como hermano menor. «Ellos, si bien eran iletrados -dice el primer biógrafo-, enseñaban con las obras la sustancia de la Escritura divina.» Vistió el nuevo hábito con el nombre de Antonio. 2. El docto que supo liberar su ciencia Antonio había entrado decididamente por el camino del desapropio total; y Dios le pidió también la, renuncia a su anhelo martirial. Habiendo partido para el África de cara a la inmolación, una larga enfermedad le obligó a reembarcarse para volver a su patria, pero fue arrojado por la tempestad a las costas de Sicilia. Allí se identificó como hermano menor ante un grupo de seguidores de Francisco y, con ellos, se puso en camino para Asís, donde por Pentecostés de ese año, 1221, debía celebrarse el capítulo de la fraternidad. Entre aquella masa de frailes de toda procedencia, el hermano portugués pasó 3 Vita prima o Assidua, ed. A. F. Pavanello, Padua 1946, I, p. 27.

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