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76 LÁZARO IRIARTE para la persona afectada pueden tener importancia vital: el hallazgo de una cosa perdida, el logro de un puesto de trabajo, el aprobado de un examen, la fortuna de encontrar novio ... Como en toda manifestación de la religiosidad popular, por una parte hay que tener una actitud de benévolo respeto por muy inficionada que esté de errores por ignorancia, de supersticiones o de resabios de magia; pero, por otra parte, una recta acción pastoral deberá preocuparse de depurar la devoción sin eliminarla, elevando a los fieles a la causa de todo beneficio grande o pequeño: es el poder y el amor de Dios el origen de todo bien, sea que lo realice por los medios normales o por los que llamamos prodigiosos. EL SAN ANTONIO DE LA HISTORIA No es que la imagen taumatúrgica de nuestro santo no sea histórica. Pero esa que podemos llamar «misión eclesial» suya peculiar carecería de explica– ción si no hallara justificación, por decirlo así, en la dimensión excepcional de la santidad que veneraron en él sus contemporáneos, y en la talla, también excepcional, de su personalidad humana. Es éste el san Antonio que la masa de sus devotos generalmente desconocen y que hoy estamos en condiciones de profundizar, gracias al interés que ha despertado su figura desde hace tiempo entre los estudiosos. Hoy son conocidas críticamente las fuentes antonianas, se han estudiado las varias etapas de su vida, los diversos aspectos de su forma– ción teológica, de su espiritualidad, de su predicación, de su influjo religioso y social, no obstante la brevedad de su labor evangelizadora. Una adecuada pastoral, que vaya más allá de los manidos formularios de las novenas y del acostumbrado panegírico, haría bien en aproximar el santo de la devoción al santo de la imitación. Veamos algunos rasgos más característicos: l. Maestro «in sacra pagina» por Coimbra Fernando Martins hizo sus primeros estudios en la escuela episcopal aneja a la catedral de Lisboa. Con 15 años cumplidos entró en el monasterio de San Vicente, de canónigos regulares de san Agustín. En toda Europa existían agrupaciones de clérigos que vivían en común bajo la regla de san Agustín; algunos de sus prioratos eran famosos por el alto nivel científico alcanzado, como el de San Víctor de París, cuyos maestros estaban en boga por entonces. Pasados unos dos años de intensa formación espiritual, el joven se trasladó al gran monasterio de Santa Cruz de Coimbra, el centro cultural de más prestigio en el reino de Portugal. Contemplación y estudio, en la más genuina línea agustiniana, fue el binario que orientó su vida por espacio de unos nueve o diez años, siempre atento a modelar su espíritu al dictado de la ciencia sagrada. Escribe el primer anónimo biógrafo:

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