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72 LÁZARO IRIARTE del físico: estatura, rostro, frente, ojos, nariz, orejas, boca y dientes, pelo, voz, manos, pies, uñas, color de la piel... (1 Cel 85). Las pinturas más antiguas que de él se conservan corresponden a esos datos, son verdadero retrato (la tabla de Greccio, probablemente realizada en vida del santo, y el conocido fresco de Cimabue). Se echa de ver un esfuerzo por reproducir la verdadera imagen del Poverello, aun a trueque de restarle belleza. Desde entonces en Occidente el icono románico-bizantino deja paso a la efigie, más o menos idealizada. Pero de nuevo la piedad popular se apodera del santo protector con la misma tendencia a colocarlo fuera de su realidad terrena, no para hacer de él una imagen lejana e imperturbable, sino al contra– rio: un amigo de Dios presente y hasta comprometido en la brega cotidiana de sus devotos, compasivo, pronto a escuchar y socorrer. No interesa lo que el santo fue o hizo, sino lo que actualmente es y obra desde su sede de gloria, o mejor quizá, desde su imagen sacralizada. Dada la popularidad alcanzada por san Antonio inmediatamente después de su muerte, no hemos de extrañar que la piedad se apoderase de él como de ningún otro, idealizándolo y contoneándolo conforme a la función mediadora que se le fue asignando. Así es como se creó esa imagen de un fraile gentil y delicado, de rostro juvenil, imberbe, porque así lo prefería la piedad. Pero la biografía de la canonización, conocida con el nombre de Legenda Assidua, describe a san Antonio como corpulento y pesado -hamo corpulentia quadam pressus-; el reciente examen de su esqueleto ha confirmado ese dato: el santo era de complexión membruda y fuerte. Esa corpulencia fue agravada en los últimos dos años a causa de la hidropesía, que le producía opresiones alarmantes; fue la enfermedad que lo llevó al sepulcro. Las pinturas más antiguas, en efecto, transmitieron esa tradición fisionómica externa; así el fresco de Giotto en la basílica superior de Asís, donde Antonio aparece predicando al capítulo de los hermanos en Arlés, una tabla de la escuela de Giotto en Padua y algunas miniaturas de códices. A la corpulencia debía de corresponder una voz potente y clara, que se hacía oír de miles de personas en abierta campaña. Tenía el mentón amplio y una dentadura bien conservada, como aparece en los mismos restos. Su piel era, según el primer biógrafo, de color aceitunado, como la de muchos portu– gueses aun hoy día, pero rugosa, por efecto de sus penitencias y de las fiebres contraídas en aquel invierno africano, rumbo al martirio. Se le veía con el rostro y la mirada habitualmente elevados al cielo. Por lo que hace a la edad no existe una base crítica para precisarla, los historiadores colocan su nacimiento entre 1190 y 1195. Al morir podría tener

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