BCCCAP00000000000000000000992

LÁZARO IRIARTE, OFMCap EL OTRO SAN ANTONIO DE PADUA Los centenarios franciscanos se suceden uno tras otro. Ahora toca el turno a Antonio de Lisboa, comúnmente conocido como Antonio de Padua, por la ciudad donde se venera su sepulcro y donde es conocido simplemente como el Santo. Es, sin duda, el santo de la piedad popular, no sólo entre los católicos de todo el mundo, sino aun en las demás confesiones cristianas y entre los fieles de otras religiones. Hace un año, en Addis Abeba, pude observar un martes, en la misa vespertina, una iglesia totalmente llena de católicos, cristianos coptos y musulmanes; a éstos se les avisó que la comunión eucarística estaba reservada a los cristianos. Pasando días después a Asmara, capital del nuevo estado de Eritea, el mismo espectáculo en un pequeño santuario. En Albania, nación balcánica con población mahometana casi en su totalidad, había una ermita de montaña dedicada a san Antonio, que fue arrasada por el régimen comunista; ahora, al cabo de medio siglo, ha sido reconstruida por iniciativa franciscana, y se ha convertido en centro de peregrinación. No deja de causar sorpresa que el santo, apodado por Gregario IX en la bula de canonización «martillo de los herejes», esté obrando hoy como agente oculto de ecumenismo. lcüNO POPULAR Y RETRATO HISTÓRICO La piedad popular tiende siempre a colocar al santo fuera del tiempo y del espacio, perennizado; tal vez para tenerlo más presente, más propicio, por estar menos ligado a la común condición humana. En la Edad Media fue esa tendencia devota la que inspiró el modelo hagiográfico y el arte, de modo especial en el Oriente cristiano, creador del icono. No interesaba la realidad histórica del santo, sino su imagen liberada y estereotipada, imperturbable, pero no abstracta, sólo al alcance de la fe y de la devoción. En el siglo xm, por influjo del nuevo humanismo que arranca de san Francisco, se comienza a situar al santo en el marco de su realidad personal y ambiental, sujeto a las condiciones de todo mortal, pero que ha tenido el valor de ser diferente y, por lo mismo, susceptible de imitación. Así es como aparece el retrato. Francisco de Asís es el primer santo que ha sido «retratado». Su primer biógrafo Tomás de Celano nos ha dejado la des– cripción fiel y pormenorizada, no sólo de su fisionomía moral y espiritual, sino

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz