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84 LÁZARO IRIARTE de Jesús en todo el mundo con palabras más dulces que la miel» (1 Cel 48). Aun así no le faltaron persecuciones y denuncias por causa de su libertad evangéli– ca; pero la fama de santo, que le precedía y le acompañaba, le ponía a cubierto de toda maledicencia. No sólo con sus sermones, sino también con la acción directa, intervino diversas veces como agente de paz privada y pública. Consta que en mayo de 1231, un mes antes de su muerte, llevó a cabo una misión de paz en Verana ante Ezzelino de Romano, sin resultado positivo. Su amigo Tiso, que puso a su disposición sus tierras en Camposampiero, era un convertido: había sido un «condotiero» inquieto y turbulento. 5. «Martillo de los herejes» En un tiempo en que la herejía tenía en sobresalto a los responsables de la Iglesia y de la sociedad civil, y se trataba de hacerle frente con la inquisición, la cruzada y la controversia, Francisco de Asís pareció ignorar el problema. Cuidó, eso sí, en sus dos reglas y en el testamento, de mantener a los hermanos menores inmunes del contagio; pero en sus escritos no aparece mención alguna de los herejes; es más, los primeros biógrafos, que respiraban ese clima antiherético, no le atribuyen alusión alguna en su predicación, ni un gesto, ni un milagro polémico que tuviera como mira combatir a los herejes, no obstante que tenía muy cerca, en el mismo valle de Espoleta, grupos de cátaros. Prefirió afirmar sin ambigüedad lo que ellos negaban, como lo hace en sus escritos. Pero por donde él pasaba, afirma Tomás de Celano, la herejía se desvanecía y triunfaba la verdadera fe (1 Cel 62). Gregario IX, en la bula de canonización, llamó a san Antonio Malleus haereticorum -Martillo de los herejes-, no porque hubiera movido una cruza– da armada contra ellos ni porque, en sus sermones, se hubiera dedicado a rebatir victoriosamente los errores, sino porque, con su predicación evangélica y positiva, con el testimonio de su santa vida hizo reflorecer entre los fieles la pureza de la fe. En la Romagna, y particularmente en la ciudad de Rímini, era fuerte la presencia de los herejes patarenos, que negaban la validez de los sacramentos administrados por sacerdotes indignos. Bastó la eficacia de su palabra para que abjuraran sus errores, comenzando por el jefe de la secta de nombre Bononillo. Una evolución biográfica tardía dramatizaría la arremeti– da del santo contra la herejía, inventando el milagro de la mula que se arrodilla ante la Eucaristía y el sermón a los peces. No parece que el recurso a los milagros polémicos entrara en el estilo de Antonio, sin excluir el sentido de genuina florecilla que, en su origen, pudo tener la alocución a los «hermanos peces», recogida en el libro de las Florecillas (cap. 40). También al sermón de san Francisco a los pájaros se atribuyó más tarde cierta intención polémica:

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