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80 LÁZARO IRIARTE A la muerte de san Francisco (1226) había seguido un breve período de tanteo institucional de cara a una evolución que estaba ya en curso. Fray Elías continuó gobernando la orden hasta el Capítulo General de 1227, en que fue elegido para sucederle el provincial de España, Juan Parenti (1227-1232). En 1228 era canonizado solemnemente el fundador por Gregario IX, el cual daba orden a Elías de construir en honor del Poverello la grandiosa basílica. Ya en 1226, mientras recorría el sur de Francia con su predicación, Antonio había sido nombrado «custodio» del grupo de hermanos de la comarca de Limoges. Al año siguiente intervino en el Capítulo General de Pentecostés, en que recibió el cargo de ministro provincial de la propia provincia de Romagna, que comprendía todo el norte de Italia (Romagna, Veneto, Lombardía y Liguria). Dedicó tres años a recorrer esas regiones, visitando los «lugares» existentes y fundando otros nuevos. La orden, itinerante en los quince primeros años, había iniciado en 1224, ya en vida de san Francisco y con su aquiescencia, la fijación en moradas estables, que habían de ser «pobrecillas» y tales que no hicieran perder a los hermanos la conciencia de ser «viajeros y forasteros en este mundo», como el fundador se había expresado en su Testamento. La fidelidad a los ideales evangélicos, especialmente a la pobreza-minoridad, estaba planteada al vivo. Pasado el trienio, Juan Parenti convocó, conforme a la regla, el Capítulo general para Pentecostés de 1230. Fue una jornada de júbilo el 25 de junio, en que se hizo el traslado del cuerpo de san Francisco a la nueva basílica, levanta– da con pasmosa celeridad; se hallaron presentes dos mil hermanos. Precisa– mente el hecho de la enorme obra emprendida por Elías de las dos iglesias, una sobre la otra, y del «sacro convento», con dinero recaudado en toda la cristian– dad con indulto pontificio, a pesar de la prohibición tajante de la regla, puso sobre el tapete, en las sesiones capitulares, un conjunto de serios problemas relacionados con la observancia de la regla de san Francisco: la autoridad del Testamento del fundador, la obligatoriedad del Evangelio, la capacidad de dominio de la fraternidad como tal, los criterios sobre el compromiso central de una vida pobre... · De creer al cronista Tomás de Eccleston, generalmente bien informado, hubo momentos de fuerte tensión en que se enfrentaron, de una parte, los partidarios de una adaptación de la letra de la regla a las exigencias reales de la evolución, capitaneados por Elías -éste habría incluso orquestado una pre– sión extracapitular de partidarios suyos-, y, de la otra, los fidelísimos al ideal primitivo, que miraban con preocupación la ruta emprendida por el partido de los «prudentes». Juan Parenti y Antonio eran de este número; hubieran prefe– rido que la orden misma, es decir, el capítulo, asumiera la responsabilidad de trazar los cauces para una recta adaptación, no de la letra, sino del espíritu de la regla.

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