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EL OTRO SAN ANTONIO DE PADUA 79 Es la condición que Francisco había puesto en la regla definitiva, publicada un año antes, para el trabajo manual; ahora la extendía al trabajo intelectual que también, y aun más, puede vaciar de contenido tan alta ocupación. Tomás de Celano escribió a propósito de un sermón predicado por Antonio a los hermanos reunidos en capítulo en Arlés: «El Señor le abrió la inteligencia para que comprendiera las Escrituras y hablara de Jesús en todo el mundo con palabras más dulces que la miel» (1 Cel 48). Antonio acertó, sin esfuerzo, a hermanar ciencia y unción contemplativa, conforme a la noción que más tarde dará san Buenaventura de la teología, que así se transforma en sapientia. No sólo los hermanos menores, sus discípulos, pudieron admirar la rique– za del saber teológico del maestro Antonio, sino la corte pontificia. Debió de ser en 1230, con ocasión de su presencia en la curia romana, cuando el santo pronunció ante el Papa y los cardenales el memorable sermón de que hablan las Florecillas (cap. 39). Consta la impresión que dejó en Gregorio IX; así lo testificaría éste en la bula de canonización: «Nos mismo experimentamos personalmente la santidad de su vida y su admirable ejemplo, ya que tuvimos ocasión de tenerlo con Nos y de observar su conducta laudable.» El autor de la Legenda Assidua recoge en estos términos el efecto de esa predicación de Antonio en la corte romana: «El Altísimo le dio el don de despertar tal estima en los venerables príncipes de la Iglesia, que el sumo Pontífice y toda la asamblea de los cardenales escucharon con devoción ardentísima sus sermones. En efecto, sabía sacar de las Escrituras significados tan originales y tan profundos con espléndida elo– cuencia, que el papa mismo lo llamó, con una expresión muy personal, Arca del Testamento.» 4 3. «Ministro y siervo» de sus hermanos Es uno de los méritos de Antonio que suele pasarse por alto, quizá porque no interesa al público general; pero, para los hermanos de hábito del santo, ofrece interés particular por tratarse de un momento histórico de vital impor– tancia en la evolución de la orden. Ciertamente no acertamos a explicarnos cómo pudo alternar las tareas de gobierno con la enseñanza de la teología a los hermanos y las campañas de predicación en regiones bien diversas. 4 Vita prima o Assidua, ed. cit., p. 68.

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