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40 TARSICIO DE AZCONA siguiesen las orientaciones del protector. Por su parte, pidió al papa quedase como definidor general el P. Francisco de Jerez, lo que el papa ofreció con grandes muestras de seguridad 37 • Este pasaje de la carta, referido a contactos diplomáticos al más alto nivel, suscita un grave problema: ¿Existió alguna especie de acuerdo entre el papa y el embajador en nombre del rey de España? Así lo pensó Carpio y lo entendió la corte de Madrid. Más aún, ¿existía ya en la curia romana urdida otra salida y dieron al embajador buenas palabras? El hecho es que le propinaron una severa derrota diplomática, con fuerte base de maquiavelis– mo. Carpio no se lo perdonó nunca. b) El embajador visitó el día 26 de mayo al cardenal protector Acciaioli. Le refirió la audiencia con el papa, pero le encontró muy cerrado. Su olfato comenzó a sospechar alguna mala jugada. Fue por eso que comunicó al cardenal: Si le defraudaban, como lo habían hecho con los capítulos provin– ciales del reino de Nápoles, Carlos II no podría menos de tomar providen– cias de urgencia. Cabe pensar: ¿Cuál fue, en efecto, la responsabilidad personal del car– denal protector? Es difícil pensar que no estuviese al cabo de todo; más aún, que él intervino en el engaño del embajador y que se prestó a llevar a punto el capítulo con guante blanco y púrpura roja. c) El embajador daba a la corte los resultados del capítulo del día 27, poniendo de relieve el breve del papa y la elección de un religioso de 82 años. Si éste no salía de Roma, sería gobernado por el P. Recanati; si salía a la visita, quedaba como comisario general dicho P. Recanati y la Orden en sus manos, expuesta a violencias e inquietudes. Ahora veía translúcido el engaño y acusaba la poca firmeza del papa: « Quanto más se obra en su obsequio, tanto menos fruto se consigue ». d) El embajador se sintió burlado y en ridículo. Le quedó un recurso: culpar a los vasallos hispánicos; muchos se habían comportado muy mal, en especial los napolitanos; pero, sobre todo, el provincial de Castilla y su custodio, el P. Milán, así como el provincial de Cerdeña, « hauiendo sido cabezas y promotores de los dictámenes del general pasado y de Recana– ti... y esto, por complacer a los que les pusieron en los puestos ». No le hicieron caso a él, sino que propagaban que ellos eran depositarios de la real voluntad y de Don Juan de Austria. El P. Milán le había dirigido un billete descompuesto y todos merecían que se les diese a entender su 37 Carta del embajador, Roma 1678 mayo 29, original en AGS Estado, leg. 3128, sin f. Apén– dice, n. l.

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