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374 TARSICIO DE AZCONA No obstante, la duda quedó clavada como una espina en la diplomacia hispánica. Esta renunció a plantear el problema ante tribunales romanos. Actuó, más bien, con pragmatismo, ya que no era posible repetir unas elec– ciones disuelto el capítulo y vueltos los vocales, a pie o por mar, a sus lugares de origen. Pareció mejor aceptar la canonicidad que, en nuestra perspectiva, no puede ponerse en duda. Pero perduró la apreciación de que aquel capítulo había sido violento, contrario al servicio de Dios, de la corona y de la quietud de la Orden. 3. En la óptica de la política hispánica, el capítulo se convirtió, en sí y en sus consecuencias, en un problema de Estado, que tuvo en vilo a los organismos supremos del mismo, el Consejo de Estado y el Consejo de Italia. Más aún, viéndose éstos desbordados por el problema, aconsejaron a Carlos II la formación de una junta para las cosas de los capuchinos; esta junta elevó al monarca varias consultas, medulares para nuestro tema. De igual modo se exigió reiteradamente la creación de una congregación de cardenales, que se ocupase del mismo problema, sobre todo, llegado el caso en que se plantease la supresión de la Orden, como institución no necesaria ni conveniente. 4. Dicho capítulo dio margen a intervenciones civiles y eclesiásticas que entroncaban con agudas controversias jurisdiccionales, bien conocidas, entre la curia romana y las diversas coronas, entre ellas la hispánica, en especial por razón de sus dominios italianos. Apareció el rechazo de los superiores mayores electos y de los provinciales del reino de Nápoles, o de los visitadores y comisarios delegados, a quienes se negó el exequatur, o pase personal, y el ejercicio de su superioridad. Se crisparon las relaciones hasta extremos no conocidos por causa de una Orden religiosa. El poder civil hispano se cebó en cinco religiosos, que juzgó cabecillas de dicho capí– tulo y a quienes sometió a un destierro despiadado, fuera de todos los reinos hispánicos. En esta ocasión aparecen signos regalísticos que se antici– pan a los tiempos, a veces compartidos por los mismos religiosos, como se manifiesta en la petición de un comisario nacional para España y sus dominios, e incluso un hospicio para españoles en Roma. 5. Las consecuencias del capítulo duraron varios anos: fue necesario calmar a Inocencio XI, que no sale bien parado de la correspondencia que manejamos, debida a los ministros de la corona en Italia y a los organismos regios, que no eran tan ineptos ni torpes. Fue necesario que se aquietase también la corte de Madrid, comenzando por aceptar sin restricciones la jurisdicción de los supeiores electos y su ejercicio en los dominios hispánicos, no sin penosa mortificación de dichos ministros, que se desvivieron por mantener las regalías de la corona, lo mismo que la curia romana sostuvo

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