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lógica y jurídica, sobrada de intereses y, en ocas10nes, casi turbu– lenta. Juan de Pradilla fue el fundador del convento y en una cláusu– la de su testamento dejó a la ciudad de Borja nombrada «Patrona, Abogada y Amparo» del convento de capuchinos. No se trataba de f títulos honoríficos, sino jurídicos, perfectamente definidos en el de– recho civil y canónico. Tenemos la seguridad de que, en dicha cláusula, debió encontrar siempre la ciudad de Borja asidero y res– paldo para actuar sobre el convento, sobre todo, en los tormentosos avatares del siglo XIX, tanto frente a la desamortización del Esta- do, como a la intervención, bien intencionada, pero poco afortuna- da, del obispado de Tarazona. El antiguo inmueble cobija, hace más de un siglo, una Funda– ción municipal, la del Hospital Sancti Spíritus. Fue y sigue siendo una casa abierta a los enfermos y ancianos menos favorecidos de la ciudad y de la comarca, con una historia densa de nacimientos, do– lor, muerte y resurección. En este quehacer nunca se podrá olvidar ni pagar la presencia, desde 1932, de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Ellas merecen un monumento, por lo menos históri– co, de gratitud y de reconocimiento. El antiguo convento de capuchinos sigue en pie. Quien se acerca al mismo, traspasa sus umbrales y palpa todo el actual esta– do de su iglesia, queda sumido en una profunda reflexión: ¿Es po– sible tal situación a estas alturas?. Pisando ya el umbral del tercer milenio y en un estado de bienestar, parece que todo el inmueble necesita ser remozado a base de acciones operativas enérgicas que lo pongan al día. En particular, no se necesitaría un esfuerzo sobre- humano para que la iglesia dejase de ser un almacén caótico y que- , dase convertida en un lugar sacro, digno, decente y decoroso. -124-

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