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ceralidad, ni por cerrazón mental primaria, sino porque la ilustra– ción primero y luego la revolución atacaron los cimientos de la religión católica, de las instituciones y de sus tradiciones. Parece que la jerarquía, clero y religiosos quedaron durante no poco tiempo desconcertados, sin reacciones inmediatas, aferrados a la costumbre y a la tradición. O por el contrario, arrastrados por hombres carismáticos, como el beato Diego José de Cádiz, reaccio– naron con bravura y, a veces, con destemplanza contra todo espíritu ilustrado. Resistieron estudiar la filosofía con el texto del P. Villal– pando, impuesto a universidades y centros eclesiásticos. Siguieron utilizando los textos usuales y más tradicionales. Esto parece verdad, aunque no se debe olvidar que, iniciado el siglo XIX y en tiempo de la guerra de la Independencia, hubo hombres de peso eclesiástico que reaccionaron de distinta manera ante la presencia de los franceses y ante la cultura ilustrada en Aragón. Así, por ejemplo, el obispo auxiliar y visitador general de Zaragoza, luego gobernador general de todos los obispados de Ara– gón, P. Miguel de Santander 70 • Parece que estos altos problemas no trascendieron al plano y a la actividad de los religiosos corrientes; necesitaríamos al menos, más fuentes para poder formular juicios definitivos. Aquellos hombres no tenían base ni motivo para pensar y dis– tinguir entre Antiguo y Nuevo Régimen, entre sacralidad y seculari– zación, entre tolerancia e intransigencia, absolutismo e sociedad de– mócrata burguesa, derechos humanos y privatización de los mismos, como se ha conseguido, y no sin dificultad, en nuestros días. 70 Véase el imponente estudio de LEGARDA, Anselmo de. El obispo Fray Miguel de Santander en un trance de Aragón (1802-1816). No encontró patrocinador que lo publica– ra y se halla inédito en el archivo de capuchinos de Pamplona. El autor publicó tres capí– tulos en la revista Scriptorium Victorianense. -93-

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