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Los capuchinos, hasta tiempos muy recientes, han apreciado el va– lor no sólo económico, sino humano y carismático de estos herma– nos limosneros. Nunca faltaba en cada pueblo una casa llamada por los frailes «Casa de los hermanos», porque era la que acogía a los religiosos, predicadores o limosneros. Recibía un diploma de reconocimiento y era partícipe de las gracias espirituales del convento. No podemos dejar de situar en este contexto el problema de la extracción social del fraile capuchijo. No dejaron de llamar a las puertas de sus conventos algunos hombres de capas sociales altas o provenientes de la administración y más de las armas. Aunque, en general, accedían y vestían el hábito capuchino hombres provenien– tes del campesinado y del mundo rural. Fue una nota social de la que nunca se avergonzaron estos humildes hijos de San Francisco de Asís. Esta nota incidió para que en la literatura, en el arte y en la opinión general fueran tenidos como «hombres del pueblo». Fue connotación que les llevó a adoptar en ocasiones posturas acordes o con el estancamiento social o con los movimientos regionales más avanzados, según los avatares históricos 62 • 3.5. Signos de sacralización La presencia del convento en Borja dio ocasión a signos parti– culares de religiosidad y sacralización. Hemos hecho alusión a la oración mental, siempre en torno a los misterios, sobre todo dolorosos, de Jesucristo. Desde la nueva 62 LEGARDA, Anselmo de. «Huellas capuchinas en la literatura castellana». Verdad y Vida 50 (1992): 243-293. Este excelente estudio no sólo ofrece muchos datos, sino que enseña el camino para tratar la materia, que todavía puede ser completada, sobre todo en el campo de la pintura aragonesa. -86-

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