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Sería de indudable interés descubrir testimonios sobre el im– pacto producido por los capuchinos de Aragón y, en concreto, en Borja con su evangelización, y por consiguiente el grado de res– ponsabilidad que tuvieron durante dos siglos del Antiguo Régimen en la vivencia de la fe y de la moral cristiana; en consecuencia, en las formas sociológicas de su ser religioso. Mas la cuestión exige rastrear mucha documentación y literatura. La veintena de conven– tos y la actividad desplegada invitan a aludir a semejante fenóme– no, adrnitico con todas sus consecuencias. 3.4. El Distrito conventual y la mendicación En la tradición capuchina, a cada convento asignaban los supe– riores un espacio llamado Distrito conventual, por razón de orden y para evitar interferencias de unos conventos con otros. Fue una ins– titución particular, ya conocida en las órdenes mendicantes. Cada convento debía cultivarlo, sin salirse del mismo. Así fue posible que el capuchino viviese muy cerca del pueblo rural y del campesi– nado. Estos distritos eran respetados y atendidos según las peticiones de los párrocos. Además, entrañaban un elemento económico: el de la limosna. El convento de Borja, corno los otros de capuchinos, nunca tuvo rentas fijas, ni rústicas, ni urbanas. Gozaban el uso y usufruc– to del convento, y no había peligro de que acaparasen bienes mue– bles o inmuebles. Vivían de su huerto, de su trabajo, retribuido du– rante siglos no con dinero, sino en especie, dada por amor de Dios y recogida por los hermanos limosneros. Estos religiosos fueron verdaderos enlaces del convento con el pueblo. Durante siglos ejer– cieron ese oficio incluso los sacerdotes simples, es decir, los no predicadores. Aunque, por lo general, lo realizaban los hermanos. -85-

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