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a sus discípulos a escalar los puestos de mayor honor y responsabi– lidad, tanto para el Definitorio Provincial, como para los cargos de guardianes de los conventos. Guardianes de Borja: 1625 P. Buenaventura de Calatayud. 1633 P. Diego de Tudela. 1755 P. Tomás de Caspe. 1830 P. Pascual de Lechago; vicario, P. Clemente de Albala– te. 1833 P. Simón de Zaragoza; vicario, P. Félix de Calanda. Como se aprecia estamos todavía lejos de poder rehacer la lis– ta completa de los superiores locales de Borja. 3.2. Vida religiosa y distribución de la jornada La arquitectura del inmueble merece atención, aunque mucho más la vida de los religiosos. La ciudad había aceptado el convento en las afueras, como un centinela ante sus puertas y muros. Eran unos religiosos que vivían a fondo la reforma católica con todas las exigencias del tridentinismo y de su legislación, las constituciones capuchinas, muy rigurosas; prometían vivir el Santo Evangelio y la regla seráfica, al estilo y con el talante de San Francisco de Asís. El santo valía más que la legislación. No es retórica. Aquellos hombres ensayaron en el convento de Borja una vida muy exigente en fraternidad y en minoridad, así cómo en austeridad, retraimiento y silencio. La vida religiosa quedaba tutelada por un horario que, durante siglos y hasta tiempos muy recientes, ha permanecido in– mutable: -80-

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