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serv1c10s y mm1sterios; por fin, para ejercitar, con cierta comodi– dad, la cuestación de la limosna. 2. Se prueba con docenas de ejemplos que a la iglesia y con– vento antecedía un recinto sacro, en forma de plaza o de camino de acceso, en el que se colocaba una sencilla cruz de madera, en Bor– ja de piedra, que ponía un toque de religiosidad y de elevación del entorno. Más tarde, constituyó un signo de romanticismo. Estos ele– mentos ya no se aprecian en el convento de Borja, pero existían antes de que se construyese la carretera 47 • 3. La iglesia. La orden capuchina siempre se abstuvo de cons– trucciones monumentales. Tenía tradición y normas precisas, elabo– radas en Italia, confirmadas por Papas y prelados, como San Carlos Borromeo para la provincia de Milán, y de donde se difundieron a toda Europa. Los capuchinos no aparecen en las historias de arte por sus creaciones arquitectónicas. Sin embargo, idearon un estilo propio, repetido cientos de veces en todas las latitudes de Europa 48 • La de Borja era de una umca nave, sin cruz y sin cúpula, ni siquiera linterna. Dicha nave estaba compuesta por cuatro tramos, más el del coro, cubiertos con bóveda de lunetos. A cada lado, tres capillas laterales, que se comunicaban entre sí. Estas eran emplea– das para los ministerios y para las devociones. La iglesia de Borja estuvo dedicada a la Natividad del Señor, como lo prueba, todavía, el medallón situado en la cabecera. En el siglo XVIII fue colocada, en un camarín, la imagen de la Divina Pastora, patrona de los mi– sioneros, que aún se conserva en la entrada del hospital. 47 Así lo atestiguan, por ejemplo, las fotografías de final del siglo XIX y principio del XX. 48 COLLI, Agostino. «Un trattato di architettura cappuccina e le 'Instructiones Fabricae' di san Cario». Vita e Penseiro, 67 (1984): 62-70. -73-

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