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revés de las leyes litúrgicas; éstas conocían y reglamentaban las octavas; aquéllos, la preparación a las fiestas. La línea de simplificación de la liturgia, que ha afectado tan intensa– mente al misal y al breviario, y según la cual no queda en pie más que la octava de pascua, de pentecostés y en cierto modo la de navidad, pesa sobre muchos espíritus para que tiendan también a podar tanta preparación a fiestas menos importantes. Se podrá seguir pensando que los raseros, el de la liturgia y el de los ejercicios piadosos, no deben ser necesariamente igua– les. Pero ciertos hechos son incontrovertibles. Por de pronto será necesario potenciar la preparación a los misterios del Señor por medio del adviento, de la cuaresma y del novenario de pentecostés. Por otra parte, se pondrán mantener los ejercicios de preparación a fiestas de la Virgen y de los santos cuando estimulen de verdad a los fieles, y no se conserven, como restos arqueológicos, en la rutina popular. c) Respecto de los períodos de devoción dirigidos al Señor o a los santos, el criterio teórico va apareciendo bastante claro : no se puede seguir dando más importancia al mes de marzo en honor de san José que a la cuaresma, ni al mes de mayo que al tiempo pascual. Se podrán añorar aque - 11os bellos meses del año; pero han quedado, al parecer, irremisiblemente desplazados. La pastoral teórica actual trata todavía con mucho mayor du– reza a las oraciones indulgenciadas que se recitaban en los siete domingos de preparación a la fiesta de san José: primero, porque la recepción de los sacramentos ha sido superada normalmente por el movimiento litúrgico, y segundo, porque toda la praxis indulgencia! está en trance de total revisión_ Sin que sea necesario aludir a la pésima factura de tales oraciones. Mucho más difícil se presenta el problema del mes de mayo, delicada manifestación de devoción mariana; entre nosotros se trata de un verdadero problema pastoral, y sólo en la medida en que la vivencia pascual y pente– costal vaya calando entre los fieles se podrá marginar tan importante devo– d6n; mejor, ni aún entonces podrá quedar marginada, sino encajada en tan altos misterios. Mientras tanto, el mes de mayo deberá ser cultivado de ma– nera tradicional. Respecto de los meses de junio, o de noviembre, prevalece entre los comentaristas el criterio de que han adquirido dimensiones, que es necesario recortar. En cambio, el mes de octubre sería el tiempo óptimo para devolver al rosario su orientación perfecta. d) En lo que se refiere a las devociones a la pasión del Señor, sobre todo el viacrucis, se admite como ejercicio insustihlible para el ambiente penitencial de la cuaresma, y de otros tiempos parecidos, siempre que se Jo centre en el misterio pascual total, y no sólo en los aspectos pasibles y físicos. e) Dentro de los cultos vespertinos suel tener lugar, cuando no se cele– bra la acción litúrgica de la adoración del Santísimo, la lectura de una «visitan colectiva al Santísimo. Esta denominación no aparece en ningún documento eclesiástico; es plenamente popular, y en cierto sentido mal mirada por los teorizantes, porque en ella subyace una mentalidad estática de la Eucaristía· Alguien que está esperando ser visitado y consolado; suele prescindir del Memorial y del aspecto eclesial. La instrucción Eucharisticum mysterium no habla de esta adoración eucarística no litúrgica de tipo colectivo o de

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