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· Cultos vespertinos P. Tarsicio de Azcona, OFMCap. PRELIMINARES El tema que nos proponemos exponer resulta tan extenso que encajaría mejor en el marco de un cursillo de pastoral, dedicado a rectores de iglesias; idea que ha sido sugerida en diversas ocasiones, y que al fin tendrá que ser tornada en serio. Mientras tanto, adelantaremos algunas orientaciones, pasa– das necesariamente por el filo del recorte y del resumen. Por otra parte, el tema no carece de interés, precisamente ahora que el movimiento litúrgico, señal inequívoca de nuestro tiempo, se va sosegando, o quizá va comenzando a sufrir alguna crisis. Estaba dicho taxativamente que la liturgia constituía la cumbre y la fuente de la vida eclesial (Const. «Sa– crosanctum concilium», n. 10), pero también que no agotaba toda la actividad de la Iglesia, por ejemplo, las obras de apostolado, de piedad y de caridad (Ibid. n. 9). Y el concilio se encargó de deslindar perfectamente los actos litúrgicos y los ejercicios piadosos, exhortando a ambientar éstos en el rico clima de los primeros. Los principios eran claros ; sin embargo, las conse– cuencias no han sido tan correctas. Así se ha conseguido un tono general aceptable en el cultivo de la liturgia eucarística y sacramental; en cambio, se ha retrocedido en los cultos no litúrgicos, en los que se aprecian una des– gana indudable por parte de los pastores y fieles y una endeblez desoladora. La celebración de misas vespertinas ha contribuido también de manera capital al retroceso de los cultos vespertinos tradicionales. Este planteamiento no quiere ser en manera alguna acusación a los pastores y responsables. Existe un condicionamiento anterior. Se ha hecho notar con justicia que en la iglesia occidental existe una reglamentación deta– llada para el breviario de sacerdotes y religiosos. En cambio, para los fieles no está previsto nada, corno no sea la legislación del precepto dominical. Esta laguna se ha ido colmando con mayor o menor fortuna en las iglesias particulares, terminando casi siempre en cultos rutinarios o anacrónicos. Está de más en este momento una descripción de esta situación. Es verdad que en parte quedaba paliada con el acto litúrgico de la exposición eucarística. Mas resulta que el «consilium» para la aplicación de la constitución sobre liturgia y la congregación de ritos han agravado la situación, al señalar ter– minantemente cauces nuevos para la Adoración eucarística en su instrucción sobre el culto a la eucaristía. En estas circunstancias cualquier pastor de almas pasa momentos de perplejidad al pensar en la organización de los cultos vespertinos. Se trata siempre de cultos comunitarios, no del culto que queda encerrado en el santuario de la vida individual.

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