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330 Tarsicio de Azcona Las asambleas aportaron a la corona 27.540.000 ducados= 10.327.500.000 mrs. que sirvieron para mantener en pie de guerra, pertrechadas de soldados, víveres y armas, 60 galeras más que las que sostenían el rey y el Papa juntos en tiempos normales. Sólo con dicho dato cuantitativo se puede afirmar que el estado eclesiástico hispánico respaldó con su economía la política medi– terránea en el siglo XVI, sobre todo en la segunda mitad del siglo, con más efectividad que todos los otros poderes fácticos de la cristiandad. Ahora bien, esta apreciación no sería del todo objetiva si no se contemplase, en el fondo de la escena, al pueblo hispánico, el que pagaba los diezmos a la iglesia y la ·alcabala al estado. El fue quien dio su piel a tiras, convirtiéndose en héroe anónimo y en protagonista silencioso de gran parte de la tarea nacional. No es restar mérito a las asambleas, que daban de lo suyo, sino concedérselo también al pueblo, que producía las rentas, como el manantial produce el agua. El estudio de las asambleas puede servir para matizar muchas realidades de nuestro siglo de oro, con sus luces y sombras, con sus glorias e invidencias. Se podrá seguir mirándolo con asombro, pero no con cristal de rosa. Al mismo tiempo, el estudio puede servir para echar un puente hacia tiempos más modernos. En concreto, se puede comparar nuestro tiempo con aquel siglo. Y nos viene a la mente el pasaje de San Agustín: «¿Por qué, pues, has de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor que los actuales?... ¡Qué tiempos tan terribles fueron aquellos! ¿No nos hace temblar el sólo hecho de escucharlos o leerlos? Así es que tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos· de él» 55 . Aducimos esta frase agustiniana no para decir que nuestro tiempo es mejor que el siglo de oro, sino para aplicarla al trasfondo de las asambleas del clero y en general a la iglesia en sus relaciones con el estado. 55 S. AuousTINUS, Sermones, en PL Suplem. 2, 441-552.