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324 Tarsicio de Azcona programa de gobierno central, territorial y local, con medios propios, como la hacienda y el ejército. En dicho programa, uno de los aspectos mejor elaborados desde los Reyes Católicos fue el referente al hecho religioso con una atención muy matizada sobre estos campos: unidad religiosa, confesionalidad del estado, reforma de las estructuras eclesiásticas y ayuda a la evangelización de los territorios peninsulares y a los descubiertos de reciente. En este proyecto de estado, el estamento del clero debía colaborar a la hegemonía del poder civil, tanto dentro como fuera de las fronteras de los reinos hispánicos, en el marco de un sistema muy pensado de colaboración y de compensaciones. La iglesia, en camino de renovación y transida de un poderoso clamor de reforma, no sólo no se resignaba a perder las posiciones detentadas durante siglos en el concierto de los reinos hispánicos, sino que tendió a aumentar el poder religioso para mantener una sociedad sacralizada, a introducirse y mantenerse en las altas esferas del poder político, a conservar y aumentar el poder económico, a poseer lugares de culto y de habitación renovados y mejorados y a seguir al frente de la promoción de la cultura y de la asistencia social. El problema consistió en armonizar la coexistencia de ambos personajes e instituciones en la sociedad renacentista hispánica, con equilibrio y equidad, sin caer en las tentaciones refinadas del maquiavelismo secular o en las tentaciones mesiánicas de abandonar el campo religioso y el servicio pastoral para subir peldaños en la esfera de la dominación temporal, de la jurisdicción civil y del poder económico. El Constantinismo hispánico Creemos que las asambleas ofrecieron un elemento, parecido a un programa, vital y beneficioso para ambas instituciones, nudo de ambas y símbolo para la convivencia. Llamamos a ese elemento con un nombre no nuevo: el Constantinismo. Hace alusión a la persona y al sistema experimen– tado por el primer emperador cristiano, Constantino. No lo inventamos nosotros; fueron dichas asambleas quienes volvieron la vista hacia atrás en busca de un príncipe que fuera modelo del monarca hispánico y de una convivencia ejemplar de la iglesia bajo su cetro. Las asambleas evocaron muchas veces a Constantino. No podemos ser prolijos, pero no podemos menos de aducir algunos pasajes, entre otros muy numerosos. En 1508 una asamblea extraordinaria y la corte entera escucharon del maestro Martín Zurbano de Azpeitia esta comparación dirigida a Fernando el Católico: «Imitó vuestra alteza el 9elo, amor y deuo9ion de la sancta fee e religión christiana al grande emperador Constantino, que mere(;io oyr la voz del cielo: In hoc signo vinces, constantine. Abrazase con la señal de la cruz... Despues desto edifico las yglesias ... dio a sylvestro y a sus su~esores todas las insignias imperiales, con

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