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es exacto presentarlo ajeno a la reforma religiosa. En los registros vatica– nos yacen cientos de documentos expedidos para favorecerla en todas las naciones europeas. Sucedió que no se colocó al frente de la reforma con disposición per– sonal, activa y ostensible, como lo hizo en el campo internacional y en la lucha contra el turco. Por eso, desconfiaron de él hombres proféticos del tiempo. Algunos pensaron y predicaron que la bajada de Carlos VIII era un aviso apremiante a la reforma de la Iglesia in Capite et in membris. Entre ellos, ninguno más célebre que Girolamo Savonarola. La tesis favorable al dominico florentino defiende que éste denunció las costumbres escandalosas de la curia romana y se reveló contra ellas. También justifica su rebeldía, so pretexto de la capciosa doctrina del Papa indigno. Mas no se debe olvidar otra dimensión del problema: El posicio– namiento de Florencia entre 1494-98 en la liga itálica. Alejandro VI nece– sitaba de esa señoría y tuvo que recurrir a la paciencia y longanimidad con ella. La señoría reconoció días antes de la muerte del dominico la con– ducta correcta del Papa Borja, dato que no suelen recordar los panegiris– tas del reformador. Respecto a su actitud frente a la reforma ha prevalecido la tesis del historiador de los Papas, Ludwig von Pastor, quien atacó su inmoralidad personal, estudió su conversión después del asesinato del duque de Gandía, acompañando a la comisión cardenalicia al redactar la bula lar– guísima para la reforma, comenzando por la curia romana. Pero todo quedó olvidado y reducido a papel mojado, ya que a Alejandro VI se le fue el santo al cielo y volvió muy pronto a las andadas. Sin perder el respeto a tal historiador, parece que su visión alejandrina necesita en la actualidad alguna matización 52 • 52. Sigue siendo fundamental, pero L. Pastor necesita, sobre todo para España, matizaciones, debi– do al avance de la investigación hispánica durante este siglo XX. -45-

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