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B. Intervención bajo Inocencio VIII (1484-1492) Todas las fuentes convienen en decir que Borja ambicionó la tiara pontificia en el conclave de 1484; empleó grandes medios e hizo prome– sas formales a los cardenales. Pero «el que entra como Papa, sale como cardenal», escribía el embajador de Ferrara, siendo la primera vez que hemos visto escrito este dicho en las Relaciones diplomáticas. Borja no convenció en aquella ocasión porque era tenido por orgulloso y desleal. Al ver cerrada su candidatura, trabajó por la elección del cardenal Juan Bautista Cibo, que le recompensó con munificencia. Sin salir del concla– ve le concedió tres gracias envidiables: La provisión del arzobispado de Sevilla, que todos los problemas hispánicos pasasen por sus manos y enviarlo de nuevo con una legación a los reinos de la corona de Aragón y de Castilla. Las tres parecieron en la península gracias desmesuradas e intolerables. 1. La provisión de Sevilla fue firmada en Roma entre el 29 de agos– to de 1484, después de la elección y el 14 de septiembre de 1484, fecha de la coronación del nuevo Papa. Femando se enteró de dichas tres gracias por carta del obispo de Gerona. Sin esperar más noticias, ordenó la prisión de Pedro Luis Borja, hijo mayor del Vicecanciller, y el secuestro de todos los frutos de Valencia, abadía de Valldigna, obispado de Cartagena y de todos los beneficios de Borja. Poco más tarde, los Reyes ordenaban secuestrar todos los bienes patrimoniales del cardenal y de sus hijos. Inocencio envió una embajada con el obispo Angelo Geraldini, que no consiguió doblegar la voluntad de los Reyes. En cambio, tomaron la ini– ciativa de devolver la embajada con otro Geraldini, Antonio, maestro en la corte, y una segunda con Francisco de Rojas, 3 de noviembre de 1484. Este convenció a Borja para que presentase la renuncia a la iglesia de Sevilla, con tal de conseguir la libertad de sus familiares y la devolución de sus bienes. Se supo en Roma que los Reyes desagravarían a Borja, con tal de que la curia respetase la preeminencia de los soberanos. La sede de Sevilla fue concedida a Diego Hurtado de Mendoza, sobrino del cardenal de Toledo, el 26 de agosto de 1485. El Papa absolvía a los Reyes de todas -27-

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