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2 'l'ARSICIO Dl~ AZCONA temporales con merma de sus oficios pastorales. La suprema jerar– quía de la Iglesia supo sobreponerse al movimiento concialiarista, que en un momento pudo parecer que se erigía en organismo rector y reformador de la cristiandad, y en adelante el conciliarismo sobre– vivió principalmente en la conciencia de los gobernantes, que durante todo el siglo supieron emplearlo como amenaza fantasma en cualquier colisión con la curia Romana. El carácter monárquico y la potencia centralizadora de los papas estaban a salvo, mas los pontífices del siglo xv no supieron hacer eco a aquel clamor, que de las concien– cias rectas seguía aflorando pacientemente; la administración ponti– ficia resultaba carla <lía más insegura, los impuestos más exigentes, el nombramiento de prelados más metalizado, la residencia más aban– donada y en todo momento la diócesis nunca peor gobernada 1 . Los espíritus profundamente eclesiásticos comprendieron que iba pasando el tiempo de alzar voces al vacío y lo que urgía era la acción. A estos espíritus pertenecía el «bienaventurado y santo varón don Alonso Tostado, obispo de Ávila, segundo Salomón del mundo y primero de España» 2 • Alonso de Madrigal no era un novicio para juzgar la situación de la Iglesia, porque en el concilio de Basilea vió lo suficiente para convencerse que con concilio y sin concilio la Iglesia no vislumbraba todavía la aurora clara de un sincero renova– miento. Por eso, al ser nombrado en 1449 para la sede de Á vila, comenzó a escribir en limpio con sus obras los borradores de su teoría. En efecto, «su vida, siendo prelado, restituyó al mundo las acciones de aquellos primeros Padres de la lgle;¡ia: compuso y mo– deró su casa y familia y con su exemplo el clero; el traje modesto; el trato apacible; la comida parquísima ; las limosnas frecuentes ; oración siempre que lo permitían los negocios y los estudios ... Purísimo en las costumbres, no cayó en su cuerpo mancha de las– civia y assí murió virgen» 3 • Juntamente con el ejemplo, Alfonso de Madrigal escrutó la Sa– grada Escritura y la tradición eclesiástica para fundamentar una po- 1 Véase el estudio de R1c. GARCÍA V1LLOSLADA, La cristihndad pide un con– cilio, en «Razón y Fe> 131 (1945) 13-50 y varios ca,pítulos del libro de HuB. ]llDIN, Storia del Concilio di Trento (Brescia 1949), sobre todo, .pp. 13-34. • F. Rurz DE VERGARA, Historia del colegio viejo de San Bartolomé, vol. I. pp.109-126. GIL GoNZÁLEZ D:AVlLA, Vida y Hechos del maestro don Alonso Tos– tado de Madrigal, ob. de Avila (Salamanca 16u). • F. Ruxz DE VERGARA, o. c., vol. I, pp. IIS•II6. 22
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