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EL 'rIPO IDEAL DE OBISPO EN LA IGLESIA ESPAÑOLA 33 Para que finalmente quede pergeñada la actividad de Talavera, es necesario recordar su obra benéfica y caritativa con los pobres y humildes. El milagro florecido en la corte de Castilla es que hombres como Talavera se conservasen humildes, sin que el roce con los gran– des y poderosos dejase en su corazón un poso de engreimiento y se– paración de las clases menesterosas. Escuchemos a su biógrafo : Piensa el que esto escribe y tiénelo por certísimo, que ningún santo anti– guo ni moderno le hizo ventaja en dar cuanto tenía a los pobres. Jorge de Torres escribiría a Roma: Pauperibus et illis precipue qui nostram sacram fidem ardentius addisce– bant, largas tribuens elemosynas, fuit semper sibimet pauperrimus, aliis vero largissimus, adeo ut ex omnibus redditibus suis vix decem ducatos singulis annis pro sua persona consumat 5 7. No es difícil imaginar la sonrisa escéptica que afloraría en !011 labios de tantos atrapadores de beneficios al conocer que el presu– puesto personal d~l arzobispo de Granada durante un año no pasaba de diez ducados. La beneficencia del arzobispo comenzó con la cons– trucción de un .verdadero asilo para niños pobres, «a los cuales adoc– trinaba y criaba a sus tetas», dice gráficamente su biógrafo. Abrió casas de refugio para las moras convertidas ; en una recogía a las que pretendían ser religiosas y en otra, a todas las demás, propor– cionándoles trabajo y a su debido tiempo colocación. Estos refugios estaban también abiertos para las meretrices, de las que se preocupó desde la primera cuaresma que vivió en Granada retrayendo a muchas que se convertían sinceramente ; no pudiendo hacer otra cosa con las irreductibles, les cerraba las casas desde el domingo de Ramos hasta pasada la semana de Pascua, obligándolas. a asistir a las funciones religiosas. Lo mismo que la beneficencia material, organizó la espiritual de la instrucción pagando buen número de continos o agentes para que hiciesen ronda por la ciudad y llevasen a los vagabundos a la igle– sia, «porque no consentía que ninguno aprendiese escribir ni leer sino en la Iglesia, porque decía que primero habíán de aprender a ser cristianos y después, aprenderían lo otro». "' Breve Suma (véase nota 34), f. 13. JORGE DE ·T·oRRES, Vida abrevi.ada, 2. 2 v. 53

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