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30 TARSICIO DE AZCONA ad eum filias suos remmittant sacris moribus imbuendos ,sicut quon– dam ad Leandrum, Ysidorum et Alefonsum ferri solebant» 51 • Esta solicitud paternal con los educandos para clérigos la repar– tía también con los sacerdotes esparcidos ya por las iglesias de la ciudad y diócesis. Con todos los de la ciudad celebraba los primeros viernes de mes una verdadera asamblea sacerdotal, en la que magis– tralmente exponía puntos de pastoral, tomados de la Sagrada Escri– tura, y les exhortaba a seguir trabajando entre las almas nueva– mente convertidas. «No quería que clérigo ni sacristán ninguno viniese a la ciudad sin su licencia, porque sabía que no ganaban nada en sus ausencias.» Al llegar a la ciudad, debían acudir directamente a su palacio donde les sentaba a su mesa y les aposentaba. ¿ Quién podrá encontrar en el episcopado del siglo xv un prelado que se siente en el confesonario los domingos y días de fiesta a escu– char a cualquier persona sin diferencia de clases? Después de escu– char pacientemente aun a los más rústicos, ejercitaba el ministerio de anunciar la palabra divina por lo menos dos veces cada día festivo y la misa la decía diariamente con una devoción fascinante. Tomamos todos estos datos de la carta de Jorge de Torres, enviada a la Curia Romana, dejando a un lado a Alfonso Fernández de Madrid o la anónima Breve Suma que algunos desvalorizan por parecerse a la leyenda dorada. Conquistados la ciudad y reino de Granada a los moros, Tala– v,era se dió cuenta muy pronto, que Dios le confiaba una difícil par– cela de tierra de misión, a cuya conquista se lanzó con tan depurados métodos, que no desmerece ante los mayores apóstoles de los tiempos nuevos. Talavera veía de lejos los acontecimientos; en sus viajes por España en seguimiento de la corte, tomaba contacto con los moros diseminados por el reino, logrando con sus exhortaciones convertir a más de un centenar, que los colocó en una casa y los adiestró en las verdades religiosas para servirse de ellos en el momento de la conquista. El clero para Granada fué reclutado en toda España y la gran preocupación del arzobispo se cifró en crear una escuela de árabe, donde todos los clérigos aprendiesen esta lengua para llegar a los moros que todavía no habían tenido contacto con el castellano. 51 JoRGE DE ToRRES, Vida abreviada (véase nota 33), f. 2 v. 50

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