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EL 'TIPO IDEAL DE OBISPO EN LA IGLESIA ESPAÑOLA 29 ¡,u archidiócesis, pudiéndose contar cerca ~ cien iglesias construídas por su iniciativa desde los cimientos. A estas iglesias parroquiales deben añadirse los conventos y monasterios, comenzando por los de las clarisas y franciscanos, levantados a sus expensas y donde quiso que descansasen los huesos benditos de sus padres. Su celo apostólico le instigó a implantar una iniciativa que brin– damos a las avanzadillas de nuestro movimiento litúrgico. Con el fin de aficionar al pueblo al oficio divino, dispuso la recitación de los maitines al anochecer y para que más gustasen la oración de la Igle– sia, compuso lecciones en romance, bien traducidas, bien de propia inspiración. «En lugar de responsos, hacía cantar algunas coplas de– votísimas, correspondientes a las lecciones; de esta manera, atraía el santo varón tanta gente a los maitines como a la misa.» No faltó quien criticase estas novedades «y murmuraban dello hasta decir que era cosa supersticiosa», mas viendo el arzobispo que traían provecho espiritual a las almas, «tenía ½;¡tos ladridos por pica– dura de moscas y por saetas echadas por manos de niños y no curaba de sus dichos y murmuraciones, como aquel que estaba tan fundado y absorbido en Dios» 60 • En orden a la cura pastoral, Talavera se adelanta como una apa– rición de los tiempos nuevos con una realización maravillosa del seminario diocesano, con el cumplimiento exacto de su oficio de pre– dicar, confesar, visitar la diócesis y administrar los sacramentos, misionero de talla entre los moros y cristianos nuevos y publicista poco común para perpetuar en los moldes el ejemplo de su vida y la densidad de sus doctrinas. No se encontrará fácilmente otro prelado antes de Trento, que haya concebido con mayor concretez y logrado mayores rendimien– tos de su seminario. De aquel grupo de mancebos, que servían en el coro y que en los tiempos libres escuchaban lecciones de gramá– tica, lógica, cánones y teología para ser luego destinados a las parro– quias, salieron, como asegura su biógrafo, «los mejores clérigos que había en toda España». A todos ellos. cuidaba paternalmente el arzo– bispo y antes de conferirles el sacerdocio, obligaba a aprender de memoria las cartas de san Pablo a Tito y Timoteo, como la mejor recomendación para sus faenas pastorales. Jorge de Torres podía escribir a Julio II: «Tota Hispania testis est, quod piures magnates "" Breve Suma, f. II. 49 4

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