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40 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA Una segunda actitud toma Mounier ante el pensamiento cnstlano c_¡ue com– pleta lo que terminamos de indicar. Consiste en ver este pensamiento con un sentido profundamente unitario debajo de sus distintas direcciones doctrinales. Esta variedad de direcciones es señal de riqueza v rompe la monotonía de que se le ha acusado reiteradamente. Pero vistas estas direc:iones desde fa historia interna de las escuelas católicas, fastidia el tener que comprobar cómo las inaca– bables disputas entre unas y otras han esterilizado esfue.::zos muy tenaces. Estos hubieran sido fecundos si se hubieran orientado al estudio de los problemas que iba presentando la dinámica evolución moderna. Mounier alude reiteradamente a Ias diversas direcciones del pensamiento cristiano. Pero nunca sentencia ante su discrepancia. Más bien penetra hasta ese estrato hondo en el que se dan la mano las diversas tendencias en una síntesis primaria y fundamental. El gran historiador de la filosofía medieval, M. de Wulf, siguiendo a Cl. Baeumker, creyó hallar un patrimonio común ·-Gemeingut- en el pensamiento cristiano medieval. La cuestión ha sido históricamente muy dis– cutida 10 . Mounier no entra en esta discusión. Pero la resuelve prácticamente en sentido afirmativo. Me permito, como contraprueba, aducir su actitud at:te una «quaestio dispu– tata» de las más conocidas. Es la que .versa sobre las relaciones entre razón y fe, filosofía y teología. Es sabido que Santo Tomás optó por una plena autonomía de ambos saberes. Y que el agustinismo medieval, cuyo representante máximo es San Buenaventura, por una mayor conexión entre fibsofía y teología. Es el problema sobre la filosofía cristiana. Este problema medieval resurgió potente en la Sociedad francesa de Filosofía en su sesión del 21 de marzo de 1931. Mounier recuerdi: «le débat de 1931 sur la philosophie chrétienne». Pero este debate del siglo xx tiene un cariz muy dis– tinto al del siglo xnr. Entonces se litigaba en torno a una mayor o menor vincu– lación de la filosofía con la teología. En 1931 se trataba del ser o no ser del pen– samiento cristiano en cuanto filosofía cristiana. Era negada ésta por los grandes profesores de París, E. Bréhier y L. Brunsvicg y defendida por el gran medieva– lista E. Gi:lson, por J. Maritain y M. Blondel. Inmediatamente, a raíz de la con– troversia, surgieron en las escuelas católicas las mismas tendencias medievales. Mounier anota que los filósofos de la tradición tomista acentúan en la polémica la distinción de filosofía y teología; :los filósofos de in:linación agustiniana la compenetración. Pero no le interesa dirimir en este pleito casero. Por el con– trario, desde un estrato más profundo, constata que lo esencial a toda filosofía cristiana es mostrar la incompletez y, más aún, la impotencia fundamental de una razón privada del socorro de la fe. Este socorro, añade, no destruye nada del orden de la razón sino que lo completa. En este momento Mounier ironiza con– tra quienes piensan que el filósofo cristiano se halla en situación de mengua 10 Cf. M. de WuLF: Histoire de la philosophie médiévale, 6 éd., Louvain 1936, vol. II, pp. 367-383.

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