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.56 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA Sabido es que esta expresión latina, que define la paz, es de origen agusti– niano. Ello atestigua que Mounier empalma su doctrina de la paz con este gran doctor, uno de los máximos representantes del pensamiento cristiano. Da Mounier un paso más en su análisis de la paz, precisando en qué con– siste la tranquilidad del orden, exigida por la misma. Este análisis era de espe– rar que lo hiciera Mounier por manto nada repugna tanto a su espíritu com– prometido como ciertas tranquilidades mefíticas que recubren «le désordre éta– bli». Para precisar su análisis Mounier se asoma a la histoira del tema. Advierte que a partir del siglo xvm corre por Europa una concepción de la tranquilidad basada en una metafísica, en una moral y en una técnica inaceptables. Es la tran– quilidad de la dicha burguesa, que pide como exigencia primera y máxima el pacifismo. Contra esta tranquilidad se levanta Mounier y escribe: Si nos oponemos al belicismo que hace de la guerra una fatalidad ineludible, afirmamos igualmente que la antropología cristiana no es menos antípoda de esa visión seráfica que cierta humanidad despliega con colores sobre las efusiones de un cierto pacifismo. Frente a este pacifismo, encubridor de lacras y maldades, Mounier recuerda rei– teradamente la palabra de Cristo: «No he venido a traer la paz sino la espada». La paz, por tanto, no es un estado de debilidad y dejadez. Es, por el contrario, el estado fuerte que requiere de nosotros el maximum de desprendimiento, de esfuerzo y de riesgo para mantener el heroísmo de nuestra vocación cristiana 62 • ¿En qué consiste, pues, esta nuestra vocación cristiana en cuanto comprome– tida con la paz? Para responder a esta pregunta Mounier señala tres notas de esta paz que ha de ser conquistada con nuestro esfuerzo, quizá con nuestro he– roísmo y nuestro martirio. He aquí las tres notas de la paz cristiana: 1) paz co– munitaria; 2) fundada en la justicia; 3) plenificada en la caridad. En primer lugar ha de ser comunitarta. Mounier recuerda que es voz de la naturaleza que el hombre no se halle solo. Es naturalmente social. Desde esta sociabilidad Mounier se eleva a la visión de la humanidad como un todo en desarrollo continuo. Ve esta idea amanecer ya en los estoicos. Pero son los Santos Padres, subraya Mounier, quienes contemplan detenidamente al humanidad co– mo un organismo vivo y singular, que halla su plenitud en la concepción del Cuerpo Místico de Cristo. Para Mounier esta concepción del Cuerpo Místico no es una mera idea teológica. Es una realidad histórica que se halla en continuo fieri hacia una realización cada vez más plena y más perfecta. Ahora bien; dentro de esta comunidad mística, que es al mismo tiempo per– sonal, la paz cristiana adquiere su integral contenido. La paz cristiana, en efecto, no es tanto una mera disposición y actitud de individuos, cuanto una realidad comunitaria. La paz debe ,ser, en segundo término, obra de la justicia. No olvidemos, así inicia Mounier esta nueva reflexión, que la paz en sus fuentes espirituales está 62 O. cit., p. 801.

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