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EMMANUEL MOUNIER ANTE EL PENSAMIENTO CRISTIANO 49 que una simp}e banalidad. Es, por el contrario, muy juicioso ver en la 1superación del temor a 1a muerte la plenitud de la virtud de la fortaleza. De todo esto se sigue que el espíritu, aureolado por la virtud, no es un espí– ritu sin vinculación a la materia. Es, más bien, un espíritu encarnado, que ,supera las debilidades de la carne, haciéndola colaborar a los supremos ideales del es– píritu. Sólo en este ,tranquilo matrimonio entre espíritu y carne purede darse plenitud de vida humana. La tesis de Mounier es, en este aspecto, contundente, pero al mismo tiempo clarificadora. Su tesis la ve confirmada en la gran tradición cristiana, a partir especialmente de los Padres Griegos. Anota que se dan dertos raquitismos en algunos escritores cristianos de los primeros siglos, como Taciano, TertuHano, y más tarde San Pedro Damiano, San Bernardo, los Reformados y Jansenistas. Mounier los disculpa por cuanto sus teologías austeras fueron un feliz contrapeso a ciertas tentaciones. Bero ,siente que su espíritu empa}ma con lo mejor de la tradición cristiana. Ve cómo la Iglesia ludha contra la herejía monofisita, que intenta desesenciar el mis– terio de la Encarnación, haciendo de él una simple apariencia. Y observa que San Agustín rehúsa admitir, contra Plotino, que la materia creada por Dios pueda ser algo malo en sí misma. Esta doctrina, añade Mounier, será una constante dentro del pensamiento medieval. Este se expresa no solamente en teología y filosofía sino también en himnos y cánticos, hasta su coronamiento en las Laudes de San Francisco, en los que todas las realidades de la tierra son arrebatada,s camine del reino de Dios 38 • No comparte ciertam~nte Mounier la crítica despiadada que se hace hoy al cristianismo de otras épocas. No que cele las deficiencias de éste. Pero lo ve ante todo en sus magdficos logros, perennemente valiosos. Cerramos esta reflexión con una página encendida de su obra, Feu la Chrétien– té. En ella quiere revestir a su lector de la armadura espiritual que es propia de la antropología cristiana. ¿Cuáles son los aprestos de esta armadura? He aquí cómo los describe en términos que traducen casi literalmente su pensamiento. El hombre, dice Mounier, no ha sido creado para poseer las cosas, para ,saciar en ellas su instinto de dominio, sino, más bien, para nombrarlas, para entablar con ellas un diálogo en ttÍ y de esta suerte orientarlas hacia Dios, al mismo tiempo que él mismo hace su camino. Sus relaciones con ellas no son de maes– tro a esclavo, sino de fraternidad por origen y por destino. «Hermano sol, her– mana luna», decía San Francisco, no a estiio de un feminismo sentimental, ;,ino por la inspiración de una profunda metafísica. Es entonces cuando la naturaleza obedece y no devora a su señor: las montañas cambian de sitio y el lobo de Gubbio viene a lamer los pies del santo. La naturaleza no es la propiedad del hombre, sino una suerte de sacramento natural que le impulsa a volverse hacia Dios. Como réplica, el hombre por su parte debe orientar hacia Dios toda la naturaleza. Este carácter sacramental del univerno cristiano ~incluido en él nuestros ss O. cit., pp. 407-408.
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