BCCCAP00000000000000000000968

EL HOMBRE, IMAGEN DE Dros: DE METÁFORA TEOLÓGICA A RESPALDO... 1915 Es patente, sin embargo, este pesimismo cuando San Agustín vincula el in– flujo del pecado original a la concupiscencia. A ésta la juzga, no mera tendencia natural, sino inclinación pervertida que impulsa al pecado. Humilla tanto a la naturaleza bajo el dominio de la concupiscencia que le da el apelativo de «caro infecta». Este pesimismo ha dificultado a lo largo de los siglos un viable y cons– tructivo humanismo cristiano 12 • De peores consecuencias, si cabe, fue este pesimismo cuando San Agustín lo aplicó a la vida social humana. Ante la gran historia de Roma tiende a mirar las virtudes naturales, tan patentes en ella, bajo el maleficio del deseo de dominar -libido dominandi- 13 • Ortega y Gasset, con otros, le atribuye la grandilocuente expresión de llamar a las virtudes paganas «splendida vitia». No se lee esta fra– se en San Agustín. Pero escribe esta otra sentencia, menos aparatosa pero con más fuerza negativa. Recuerda las virtudes que creen tener los paganos. Y ante sus pretendidos logros exclama: «vitia sunt potius quam virtutes» -vicios son más bien que virtudes- 14 . Dijimos anteriormente que el agustinismo político no lo formula San Agustín. Pero en lo que venimos exponiendo tiene uno de sus respaldos. En efecto, si las virtudes cívicas, especialmente de los que detentan el poder, son vicios encu– biertos, no resta a las autoridades públicas otro procedimiento para bien gober– nar que vincularse a la institución eclesiástica. A la cuestión insoslayable para el pensador cristiano sobre la condición de la naturaleza humana después del pecado, tan peyorativa en el pensamiento me– dieval, según terminamos de exponer, Santo Tomás responde en un artículo de la Summa Theologica, que es un dechado de buen razonar. En el epígrafe del ar– tículo se pregunta si el pecado mengua el bien de la naturaleza. En su respuesta distingue en la misma tres bienes: el primero le compete por la constitución de sus potencias y los actos de las mismas; el segundo es la inclinación natural del alma a la virtud, ínsita en el ser de la misma; el tercer bien es la justicia origi– nal, dada gratuitamente a la naturaleza, como complemento de su elevación al orden sobrenatural de la gracia. Hecha esta nítida distinción, Santo Tomás declara taxativamente que el bien de la naturaleza, el que le compete por ser tal, no se pierde, ni disminuye por el pecado; el tercero, por ser gratuito, se pierde totalmente por el mismo; el se– gundo, bien medio entre el de la naturaleza en cuanto tal y el de la justicia ori– ginal, disminuye en virtud de que todo pecado lleva en sí mismo un inicial há– bito de mal obrar que incita a la repetición del mismo 15 . 12 Entre la multitud de estudios sobre el tema citamos estos dos por ser muy orientadores: M. STROHM: Der Begriff der «natura vitiata» bei Augustin. Theologische Quartalschrift 135 (1955), 184- 203. (Muestra que San Agustín vio la naturaleza viciada, no sólo con privación de rectitud, sino po– sitivamente inclinada al mal). B. STOECKLE: Die Lehre van der erbsündlichen Konkupiszenz in ah– rer Bedeutung für das christliche Lebensethos. Ettal, Buch-Kunstverlag, 1964. (Hace ver que San Agustín sitúa el pecado original en la esfera corporal-sensible, sin elevarse a una concepción metafí– sico-teológica del mismo, en la que el pecado es sustancialmente la rebeldía de la voluntad humana frente al mandato divino. 13 De Civitate Dei, I, 30. 14 De Civitate Dei, XIX, 25. 15 Summa Theologica, I-II, 95, l.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz