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1914 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA llamado interpretación latina del misterio trinitario por la vía psicológica del aná– lisis de las potencias del alma y de los actos de las mismas. Pero esta gran teo– logía la tenemos que marginar para atenernos a la tesis de que el hombre, en su puro ser natural, es imagen, trasunto y reverbero del augusto misterio trinitario. El pensador cristiano debe felicitarse por este tesoro hallado, que tanto dignifi– ca al hombre. Digno de ser valorado hoy más que nunca, pues lo podemos per– der por muchos caminos. No sólo en un campo de concentración. Como inciso me permito recordar que en su teología de la Trinidad al co– mentar San Agustín el conocer del Padre por el que se origina el Verbo de la ver– dad, advierte que le salen al camino los académicos, quienes, como canes la– dradores, le arguyen: «¿Y si te engañas?». Sabida y celebrada es la respuesta de San Agustín: «Si fallar, sum». Y también es sabido qué conexión tiene este enti– mema con el que abre la puerta a la filosofía moderna: «Cogito, ergo sum». Obligación tiene, pues, la filosofía moderna de reconocer que une de sus fuen– tes se alimenta del misterio trinitario en la interpretación que del mismo hace San Agustín. Pero tenemos que volver al tema de la naturaleza humana, sublimada egre– giamente por el gran doctor, para tener que poner sordina a nuestro entusiasmo agustiniano. Está motivado este cambio de actitud por el innegable pesimismo de San Agustín, tan mirífico en lo que terminamos de exponer y tan duro y ne– gativo al mostrar de relieve los efectos del pecado original en la naturaleza caí– da. Como es siempre genial, hasta en sus fallos, el influjo de este pesimismo ha sido inmenso en toda la Edad Media con repercusión en la Moderna, al prestar apoyo, más o menos motivado, a las mentalidades luterana, calvinista y janse– nita con claro influjo hasta en el «apartheid» de Suráfrica. Volveremos sobre ello al hablar de Vitoria. San Agustín, ya en su ancianidad, no estuvo sereno ante el desbordado na– turalismo pelagiano, que transpiraba más estoicismo que Evangelio. Contra su tesis de que el hombre es muy capaz de lograr la propia salvación, San Agustín afirma de que es necesaria la gracia de Cristo. En paso ulterior San Agustín se vuelve contra la esencia del pelagianismo para constatar que la naturaleza hu– mana ha sido herida de muerte por el pecado original. Ahora bien, ¿hasta dón– de penetró esta herida? Los comentaristas del doctor dudan al precisar cuestión tan delicada. Por lo que toca al alma, imagen viva de la Trinidad, escribe en De Trinitate: «Esta ex– celsa y maravillosa naturaleza, ya esté tan envejecida que apenas sea imagen, ya se encuentre entenebrecida y desfigurada, ya nítida y bella, nunca cesará de ser– lo». Unas líneas después hace este comentario: «Aunque su naturaleza es excel– sa (la del alma) pudo, no obstante, ser viciada, porque no es suprema. Y aunque pudo ser viciada por no ser suma, sin embargo, sigue siendo una gran naturale– za -magna natura-, pues es capaz de la que es suma, y puede ser partícipe de la misma» 11 • Según esto, la zarpa del pecado original, si ha podido empañar al al– ma, ésta no ha dejado de ser claro destello de la Trinidad. El pesimismo agusti– niano no cunde por los libros De Trinitate. 11 De Trinitate, XIV, 4.
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