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EL HOMBRE, IMAGEN DE Dros: DE METÁFORA TEOLÓGICA A RESPALDO... 1913 los primeros en cumplir los deberes de la ciudadanía. Pero no es para olvidar que la raíz última de esta obediencia se halla en que los cristianos veían al legí– timo poder terreno fundado en el poder de Dios. Para los cristianos el acata– miento del legítimo poder era un deber de civilidad. Pero lo cumplían con sen– tido religioso. Más tarde, cuando la Iglesia va tomando las notas peculiares de la Cristiandad, asume poco a poco, por un conjunto de circunstancias, atribucio– nes del poder temporal hasta llegar a la coronación de los Emperadores, a los que considera a su servicio y al servicio del pueblo de Dios. La teología, a su vez, respaldaba esta interferencia de poderes al no distin– guir su campo respecto del de la filosofía. Ni clarificaba la distinción entre el or– den natural y el sobrenatural. Esta teología se hace sentir vivamente en el tema del hombre, imagen de Dios. La lectura de los PP. Griegos, sobre todo de San Gregorio de Nisa, su mejor pen– sador, y de San Máximo el Confesor, resumen de esta gran Patrística en su de– clinar, entusiasma por la tensa vibración que suscita en su intento de hacer que la similitud del hombre con Dios, ya vigente de modo estático en la eikón -ima– gen-, se realiza dinámicamente en la omóiosis -semejanza plena- 9 . Este vocablo evoca ineludiblemente a Platón, quien, en el gran discurso de Las Leyes da a los ciudadanos del nuevo estado la suprema consigna de asemejarse a Dios 10. Influye mucho este vocablo en los PP. Griegos. No es el momento de historiarlo. Para nuestro propósito baste advertir que en toda esta bellísima literatura oriental el orden sobrenatural prima sobre el orden natural hasta llegar a asumirlo. Y esto sin protesta del orden natural, puesto que la naturaleza viene a ser santificada por la gracia. Así pues; en este clima mental no hay que pedir una distinción clara de na– turaleza y gracia; tampoco del poder espiritual y terreno. Todo se halla en una feliz interdependencia que dura siglos. Todavía hoy los Patriarcas de Chipre y del Líbano tienen atribuciones meramente políticas. En un mundo secularizado no dejan de causar fricciones. Es de advertir que la imagen de la Trinidad en el alma muestra el orden na– tural y sobrenatural entrelazados. Es esto verdad, especialmente desde el punto de los PP. Griegos. Pero ya no se puede olvidar que San Agustín razona sobre la imagen de la Trinidad en el alma, según el mero ser natural de ella. Es en este plano en el que el hombre es imagen de la Trinidad. Bendiga el pensamiento cris– tiano la hora en que se ha proclamado para siempre que el hombre tiene tan al– ta nobleza que lleva consigo un dechado del más augusto de los misterios cris– tianos: el de la Trinidad. A continuación San Agustín se detiene a exponer cómo el alma refleja a la Trinidad y escribe concisamente: «Somos, conocemos que somos y amamos es– te ser y este conocer». Estas líneas vienen a ser una recapitulación de lo que en largas páginas desarrolla en sus quince libros De Trinitate. Nace así la que se ha 9 Nos remitimos al autorizado informe de J. KERCHMEYER: Grecque (Eglise): L'image et la re– semblance. Dict. de spiritualité, 6, col. 813-822. 10 El pasaje más clásico y conectado se halla en Leyes, IV, 716 C-D. En Fedro utiliza el superlativo omoiótaton para significar la tendencia del creyente por asemejarse a su Dios.

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