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1912 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA veremos que es igualmente un sobrenaturalismo absorbente. Intentemos hacer ver en qué consiste esta mentalidad ultraespiritualista. Como según dijimos al iniciar nuestra reflexión la política tiene siempre un trasfondo teológico en el que busca justificarse, también el agustinismo político, institucionalizado en Cristiandad, pide una determinada teología. Ymás en con– creto, una determinada teología del hombre como imagen de Dios. Complace sobremanera recordar en este momento el pasaje bíblico en que Dios bendice a Noé y a sus hijos, dándoles promesas para el futuro. También les conmina este mandato: «El que derramare la sangre humana, por mano de hom– bre será derramada la suya, porque el hombre ha sido hecho a imagen de Dios (Gn. 9, 6). Este atestado divino funda uno de los máximos derechos de la perso– na, el derecho a la vida, en la imagen que de Dios se halla en el hombre. Sin embargo, ante el tema del hombre el Antiguo Testamento quiere hacer sentir, más que sus derechos, su encumbramiento y alta dignidad. El salmo oc– tavo lo canta con entusiasmo lírico, dirigiéndose a su Hacedor: «¿Quién es el hombre para que de él te acuerdes, ni el hijo del hombre para que de él te cui– des? Lo has hecho poco menor que los ángeles. Lo coronaste de gloria y honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos, todo lo has puesto debajo de tus pies ... ». Refrenda esta canto en honor del hombre el autor del libro de la Sabiduría cuando escribe: «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su naturaleza» (Sap. 2, 23). Más explícito y entusiasta en contemplar al hombre como imagen de Dios es el Nuevo Testamento. Bien lo testifica San Pablo cuando contrapone el Adán te– rreno -primer hombre- al Adán celeste -Cristo-. Ante esta dualidad dice al cris– tiano que su misión consiste en irse despojando de la imagen del Adán terreno para asemejarse más y más al Adán celeste, Cristo. Cristo, en verdad, es el ar– quetipo de Dios, «imagen esplendente» -apaúgasma-, «expresión viva» -charak– tér-, según la Carta a los Hebreos. En pos de Cristo viene el hombre, llamado a ser imagen de este arquetipo. La alta doctrina del Apóstol pide que esta segun– da imagen venga a ser un dechado de la primera. Encanta tan divina teología. Pero su misma alteza deja entrever que esta ima– gen de Dios que se halla en el hombre mira más al cielo que a la tierra. Y no es que San Pablo se desentienda de las realidades terrenas. Bien lo dice su alegato contra los perezosos hasta dar la consigna de que el que no quiera trabajar que no coma (2 Tes. 3, 10). Pero este mirar a la tierra, hasta cumplir con las humil– des necesidades de comer y de beber, lo ve más como obra cristiana que como obligación natural, según esta consigna sacra que dio a los Colosenses: «Y todo cuanto hiciéreis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, haciendo gracias a Dios Padre por mediación de él» (Col. 3, 17). Ni los de– beres, ni los derechos naturales son desconocidos aquí. Pero es evidente que nos hallamos en un clima en el que lo que cuenta es la visión cristiana del hombre que tiene que irse más y más asemejándose a Cristo. Lo natural queda absorbi– do, para realizarse de modo más pleno, en lo sobrenatural. Esta mentalidad tuvo vigencia en la vida cristiana de los primeros siglos. En aquella circunstancia en que los cristianos se hallaban bajo el poder de los em– peradores, éstos cumplieron fielmente las leyes legítimas del estado por motivo religioso. Tertuliano saldrá en su defensa al ser perseguidos, alegando que son

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