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EL HOMBRE, IMAGEN DE Dros: DE METÁFORA TEOLÓGICA A RESPALDO... 1935 dad alguna entre el naturalismo de Vitoria y la teoría de la doble verdad. Siguiendo a su maestro, Vitoria «separa para unir». Damos el calificativo de sano a este naturalismo de Vitoria porque se atiene al plan divino que pide intercomunicación entre naturaleza y gracia. Y esto lo afir– ma Vitoria frente al naturalismo radicalizado, que sólo tiene en cuenta los pode– res y exigencias del hombre, y contra un ultraespiritualismo político que margina las exigencias del orden natural. Vitoria resume su postura en esta frase indeleble: «Quae enim apud omnes naturalia sunt, a Deo, auctore naturae, sine dubio sunt». Tiene larga historia el naturalismo en la vida moderna. Meritorio por haber puesto en relieve excelsos valores, no suficientemente estimados en épocas an– teriores, tomó una falsa vía en su intento de ver en ellos la suprema meta, sin ascender a su fuente: Dios. Desde la Ilustración del siglo XVIII el hombre mo– derno, apoyado exclusivamente en su razón, creyó poder resolver todos los pro– blemas de su vivir, sin referencia al Ser Transcendente, por juzgar que le basta– ba apoyarse en la naturaleza. Place constatar aquí que Vitoria se anticipa a este naturalismo en lo que tiene de más legítimo, al proclamar la autonomía de la na– turaleza. Pero se opone radicalmente al vano intento de separar los excelsos va– lores naturales de su último apoyo y sostén metafísico. Después de esta exposición esquemática del naturalismo de Vitoria, toca aho– ra enfrentar este naturalismo con las otras dos vías expuestas anteriormente. a) Vitoria frente a Maquiavelo Como punto inicial muy importante de esta reflexión anotamos la distinta ac– titud que toman Vitoria y Maquiavelo ante el hecho humano de la sociabilidad. Ortega y Gasset justamente ha protestado de que tanto se haya insistido en que el hombre es «animal sociable» -«zóon politikón», en fórmula aristotélica-- que se haya marginado el aspecto negativo de tan importante hecho humano. Es de– cir, que se hayan silenciado los múltiples elementos insociables de nuestro ser. Tenemos que acordar en eso con Ortega. La vida y la historia le dan la razón. Lo que sucede es que unos pensadores subrayan lo sociable del hombre, mientras que otros ven en lo insociable del hombre la necesaria base de su pensar y de su vivir. Esto acaece en nuestro caso. Ante éste se ha sentido, a la postre, optimis– ta. Por el contrario, Maquiavelo, muy ducho en los duros avatares de la vida, juz– gó necio hacer el papel de cordero entre manada de lobos. Un siglo después Th. Hobbes recordará el dicho del poeta Plauto: «Horno homini lupus». De este ne– gro pesimismo sobre el hombre parte Maquiavelo. Su filosofía ético-política, al margen de toda moralidad, como ya señalamos, es la secuencia ineludible de ha– ber partido de un pesimismo atroz sobre el comportamiento humano. Muy distinto es el razonar de Vitoria. Lo expone de modo preclaro, al estu– diar el primer título que tienen los españoles para establecerse en Indias. A es– tas páginas les damos un valor imperecedero en la historia del pensamiento. Detengámonos a comentar algunos de los motivos que Vitoria alega en pro de la sociabilidad humana. Como algo previo, pero importantísimo, es de notar que para Vitoria las relaciones sociales constituyen un excelso orden moral, contra lo que pensaba Maquiavelo. Y es la ciencia moral el saber que ha de señalar las normas por las que se han de regir estas relaciones sociales. Tan persuadido es– tá de ello que en la primera cuestión de su celebérrima relección De Jndis refu-

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