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EL HOMBRE, IMAGEN DE DIOS: DE METÁFORA TEOLÓGICA A RESPALDO... 1921 Durante siglos ha sido El Príncipe un libro mentor. Consta que era lectura obligada de Napoleón y de B. Mussolini. Lo peor del mismo es que ha tenido la irritante efectividad de infectar de malevolencia todo juicio sobre la acción po– lítica. Cierto que los políticos han sido muchas veces acerados maquiavélicos. Todo ello ha concurrido a que hoy se haya hecho imposible enjuiciar todo go– bierno de importancia si no es desde el maquiavelismo. Esto ha llevado trágica– mente a la mutua desconfianza, que ha sido la agria panacea que han gustado las naciones en sus mutuos enfrentamientos. Pero si Maquiavelo secularizó radicalmente la política hasta hacer de ella una técnica para triunfar, sin otra moral que la de obtener el éxito, en el siglo XVIII afecta integralmente a la cultura. Todo en este siglo se halla vinculado a la na– turaleza, al margen de toda relación con Dios. Este romper con Dios, aun en el caso de que se admita su existencia, es la nota peculiar del naturalismo ilustra– do. Formula, por lo mismo, la Ilustración una religión natural, ética natural, de– recho natural, filosofía natural de la historia, etc. Anotemos, como motivo de re– flexión, que el siglo ilustrado se desentendió de Dios; es el mismo que en el si– glo XX se halla a la deriva, abocado a la sima del nihilismo. De este naturalismo de Ilustración se· ha querido ver un anticipo en Vitoria. Pero la terca insistencia de éste en afirmar y reafirmar que la naturaleza huma– na cuanto tiene lo tiene de Dios, obliga a eliminar toda conexión entre la secu– larización propuesta por Vitoria y por la Ilustración. Vitoria otorga autonomía a la naturaleza humana dentro de su sano naturalismo tomista. Pero, contra el intento de la Ilustración, no sólo no desvincula de Dios a la naturaleza, sino que mil veces funda en El cuanto de bueno se da en la misma. El ver en el hombre un reflejo de Dios, que llega hasta ser imagen del mismo, es un desafío a todo naturalismo que se apoye exclusivamente en la suficiencia de la naturaleza. Concluyamos pues, cargados de razón, que Vitoria obtuvo un logro señalado al mantener el equilibrio entre un pesimismo naturalista, que desconfiaba radi– calmente de la naturaleza y un naturalismo autosuficiente y desbordado que to– do lo fiaba de ella. Su sano naturalismo tomista condujo a Vitoria por la vía de una serena secularización, que hizo justicia a los valores humanos sin desen– tenderse de su fundamento último trascendente. b) La amistad entre los pueblos Falseada la misión del poder y del gobierno por la astuta política de Maquiavelo cuya actuación la vio simbolizada en el león y la vulpeja, se agrava esta visión pesimista de la vida social cuando Th. Hobbes hizo clave de su pen– sar el dicho pagano atribuido a Plauto y a Ovidio: «Horno homini lupus». Como el filósofo inglés pensó que, en realidad de verdad, así es el hombre, la conse– cuencia fue que éste tenía forzosamente que aceptar, si quería seguir viviendo, la admisión de un pacto ---covenant-, que siempre tenía que ser un «pacto de no agresión». Es sabido que la ley del pacto hadado la pauta a las relaciones mo– dernas, especialmente a las internacionales. Muy recientemente la guerra del Golfo se ha justificado porque la ley del pacto le fue favorable en los organismos de la ONU. Reconocemos en la ley del pacto una especie de salvavidas que halló en Pío XII un respaldo muy autorizado, al insistir en el principio ético-político: «Pacta
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