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1918 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA etc. Pero respecto de la naturaleza humana en cuanto tal, ésta no perdió por el pecado ninguna de sus virtualidades o capacidades. Vitoria asume esta mentalidad y desde ella razona. Pero su circunstancia es muy otra a la de Santo Tomás. La tesis pesimista sobre la naturaleza humana se radicalizó a fines de la Edad Media hasta llegar con Lutero a la afirmación de que el hombre, de suyo y sin la ayuda de la gracia, no puede obrar sino el mal. Esta tesis de Lutero Vitoria la califica así: «Unum ex dogmatibus luteranorum» 22 • De un modo, pues, muy consistente se enfrenta Vitoria con los que llama «de– tractores de la naturaleza». Con rebuscada ironía abre su razonamiento pidien– do perdón a los insignes varones a quienes contradice, pues quiere tener paz con ellos. El punto de partida de su razonar lo sitúa esta vez en el alto cielo con es– te alegato: «No es de creer que la naturaleza humana esté dotada de tan mala ín– dole y de tan perversas inclinaciones, habiendo sido creada por Dios, omni– potente y sapientísimo, a imagen y semejanza suya». Un aire espiritual corre por estas líneas muy distinto al de la literatura pesimista medieval. A continuación Vitoria se apoya en él para enunciar su tesis definitiva: «La inclinación del hom– bre, en cuanto hombre es buena y de ninguna manera tiende al mal o a cosa con– traria a la virtud» 23 • 2.º La imagen, respaldo de los derechos humanos En las largas y pensadas páginas en las que Vitoria expone y defiende los de– rechos humanos, hasta ser declarado justamente «fundador del derecho interna– cional», se halla presente, como motivación última de los mismos, la preemi– nencia, dentro del mundo sensible, de la naturaleza humana, que lleva en sí la imagen de Dios. Hoy traducimos esta preeminencia de la naturaleza humana por dignidad de la persona. Matiz de lenguaje más que de contenido, como ya ante– riormente indicamos. Entre los muchos derechos estudiados por Vitoria, cuidó mucho de aclarar el que poseen los nativos americanos a sus cosas. Privadamente tienen verdade– ra posesión de sus bienes patrimoniales y públicamente de modo legítimo ejer– cen el poder sobre sus coterráneos. Lo singular del caso es que Vitoria coincide en esta ocasión con los herederos de aquel pesimismo medieval de que hemos hablado. Con ellos enuncia esta tesis básica, la cual, después de un largo pre– ámbulo, la enuncia en estos términos: «Apparet ergo quod dominium fundetur in imagine» 24 • Según esto, funda Vitoria la capacidad que el hombre tiene de do– minio en que es imagen de Dios. Como al dominio acompaña la autoridad, Vitoria conviene igualmente con sus contrarios en que todo dominio que lleve consigo autoridad proviene de la autoridad de Dios, raíz de todo poder. Acorde con sus contrarios en estos puntos fundamentales, la oposición sur– ge potente al radicalizar éstos su pesimismo cuando afirman que la imagen de Dios en el hombre se perdió por el pecado original. «Error fue éste, escribe Vitoria, de los Pobres de Lyon, de los Valdenses y, más tarde de Juan Wiclef, uno de cuyos errores, condenado en el Concilio de Constanza, dice: «Nadie es señor 22 De homicidio, n. 2. Obras ..., p. 1.090. 23 Op. cit., p. 1.091. 24 De Indis. Relectio Prima, n. 5. Obras ... , o. 652.
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