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106 ENRIQUE RIVERA mar que San Francisco retornó al estado de inocencia. ¿ Y qué fue este estado de San Francisco sino vivir en la tierra un anticipo del cielo? Surge aquí la ruda objeción de haberse logrado siempre un infierno en la tierra cuando se ha intentado convertir a ésta en un paraíso. Acep– tamos este reto en la respuesta a la objeción. Pero vemos en ella una ulterior confirmación de lo que hemos afirmado de San Francisco. La objeción sobreentiende que existe en el alma humana un anhelo tal de paz que ha anticipado con la utopla el cielo en la tierra 61 • Lo malo ha sido que se ha buscado reiteradamente este cielo por tales trochas y andurriales que han llevado a la ilusa humanidad al abismo del infier– no. Queda, con todo, en alza la bandera del deseo de la humanidad. Atrevámonos a decir que este deseo lo ha realizado San Francico al volver al estado de inocencia, estado de paz lograda y de alegría plena. Una vez más la poesía ha tenido la genial iluminación de expresar con claridad lo que la prosa se atreve solamente a sugerir. He aquí, a este propósito, los versos del poeta Eduardo Marquina, que muere en Nue– va York con hábito franciscano: «Necesitó... la Humanidad doce siglos de penitencia, doce lóbregos siglos de abandono y ausencia, para volver a la diafanidad de su inocencia... » 62 • La diafanidad de la inocencia, lograda por la Humanidad, fue el pensar y el vivir del seráfico Francisco, a quien otro poeta, Rubén Da– ría, llama: «alma de querube, lengua celestial». La intuición del arte pictórico nos pone aun más ante los ojos este misterio de la santidad de San Francisco como regusto de un anticipo de cielo. Nos referimos en concreto al pintor Murillo, cuyos inconfun– dibles cuadros han querido, en un idealismo desbordante, trasladar el cielo a la tierra. Los incontables angelitos que los enmarcan no sólo dan un colorido típico a estas obras, sino que declaran el intento laten– te en ellos de hacer descender el cielo a la tierra. Pocas veces Murillo lo logra de modo más diáfano que el conocido cuadro de la Indulgen– cia de la Porciúncula, pintado en el convento de Capuchinos de Sevilla. Hoy es una joya más del Museo del Prado 63 • Ante esta pintura, se ha escrito, nos hallamos en la gloria. Pero en una gloria sin enigmas 61. Sobre esta utopía tenemos un estudio magistral de H. de LuBAC, La posterité spirituelle de Joachim de Flore. Paris-Namur 1979-1981. - Hicimos un estudio detenido de esta obra en Estudios Franciscanos 84 (1983) 351-361 bajo el título: El Joaquinismo historiado por Henri de Lubac. 62. E. MARQUINA, o.cit,, p, 828, 63, Tomo estos datos de la obra de FR. AMBROSIO DE VALENCINA, Murillo y los Ca– puchinos. Estudio Histórico, Sevilla 1908.

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