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VIVENCIAS PRIMARIAS DEL ALMA DE SAN FRANCISCO 105 de alegría y de paz. Pero ya uno de los epígrafes, La obra franciscana de paz, deja entrever que a H. Felder le interesa más exponer los he– chos controlables por los documentos que adentrarse en las íntimas rea– lidades de alegría y paz en cuanto forman éstas una sola vivencia en el alma de San Francisco. Exponer, sin embargo, esta vivencia, comple– ja y unitaria, es nuestro intento y preocupación. Dejamos, por lo mis– mo, a trasmano las incontables anécdotas sobre esto ideales seráficos y nos encaramos de lleno con la misma vivencia del Santo. Una reflexión teológica de San Buenaventura nos fundamenta en esta interpretación. Quiere mostrar éste en un pasaje de su Legenda Major cómo la verdadera piedad había penetrado las entrañas del San– to hasta enteramente reducir a su dominio al santo varón, pues «esta piedad por la devoción le remontaba hasta Dios; por la compasión le transformaba en Cristo; por la condescendenciá lo inclinaba hasta el prójimo». Hasta aquí San Buenaventura pregona lo que la piedad reali– za en toda alma de alta vida espiritual. Pero añade un último inciso que nos traslada a otro plano. He aquí las palabras del mismo: «Por la reconciliación universal con cada una de las creaturas la piedad re– tornó a Francisco al estado de inocencia» 6 º.• Este sentir que en San Francisco el hombre vuelve al estado de inocencia, como tuvo lugar en el alba de la creación, es algo muy peculiar que suscita en el teólogo la vivencia de San Francisco, al llegar éste anticipadamente a la meta. Esta meta, es el abrazo supremo con Dios, en el que se halla la paz definitiva y del que surge incontenible la más profunda y veraz alegría. Lo primero que vislumbramos ante esta vivencia compleja es la ne– cesidad de hacer un trastueque al orden que entre los dos afectos, ale– gría y paz, señala H. Felder y que es muy repetido. Como si la paz fuera la meta y la alegría el medio para llegar a la misma. Es posible que la imborrable y simpáticá florecilla de la perfecta alegn'a en el diá– logo de Fray Francisco y Fray León haya tentado a pensar que la ale– gría es una vía o acceso para la paz. No negamos fundamento a este razonar. Sobre todo si se tiene en cuenta la intercomunicación de los afectos humanos en el espacio y el tiempo. Por esta razón, en un mo– mento dado, como el de la florecilla, puede parecer la alegría el camino recto para la paz. Pero, pese a esta circunstancia y a otras parecidas, ¿no es la alegría íntima qué traspira San Francisco más bien el rezumo de plenitud por haber llegado a la meta en la que se logra la paz? Con esto estamos atrevidamente afirmando que San Francisco vivió un cielo anticipado. Pues bien; nos parece que en este caso hay que estar por la afirmativa. Nos lo exige el gran doctor franciscano al afir- 60. s. BUENAVENTURA, Leyenda Mayor, cap. VIII, n. l. En San Fcancisco... p. 427.

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