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VIVENCIAS PRIMARIAS DEL ALMA DE SAN FRANCISCO 103 mismo, sino desde Dios. Y como estamos convencidos de que el mejor modo de ver las cosas es verlas desde Dios, anotamos que esta v1s10n del hombre desde Dios no merma la significación del humanismo fran– ciscano, antes bien lo acrece y corrobora. Ancho tema nos sale al paso. Ahora tenemos que limitarnos a seguir leyendo en los textos francisca– n9s esa grandeza y miseria del hombre, honda raíz de una auténtica fraternidad. La grandeza del hombre tal como la prospecta San Francisco está en línea con la mejor tradición cristiana que resumen San León Magno en el conocido apóstrofe: «Agnosce, christiane, dignitatem tuam... 56 • En línea con esta tradición ya conocemos un texto fundamental de San Francisco. Entre otros muchos queremos recordad el de la RnB. en su capítulo XXIII. Es este un capítulo de acción de gracias a Dios por sus grandes beneficios: creación, redención, santificación... En ellos ve Francisco los caminos de la grandeza del hombre. Pero al mismo tiempo Francisco tiene que reconocer la caída de éste por su culpa y rebeldía hasta tener que ser maldito del Señor. Imposible es pensar mayor miseria 57 • Es en esta comunión de origen y de destino donde se hallan para San Francisco las jugosas raíces capaces de alimentar el árbol humano de la fraternidad universal. Ello es claro ante la grandeza de que todos somos con el mismo título hijos de Dios. Pero es que ante la miseria moral del hombre Francisco acrece su sentido de fraternidad por sentir– se impelido a realizar un esfuerzo generoso para que todos logren su meta última del acceso a Dios y del abrazo fraterno. Es en este mo– mento cuando la fraternidad humana de San Francisco adquiere un ma– tiz muy peculiar. Pues si percibe a todos los hombres en la alta grande– za de ser hijos de Dios, también en medio de su degradante abyección los siente capaces de subir y ascender a la misma grandeza, si alguien les tiende la mano que les ayude al ascenso. En su compasión por el hombre envilecido Francisco confía siempre en él. A esto le lleva el sentirse su hermano. Es esto lo que nos hacen palpable algunos de los relatos de Las Florecillas. Blasfemaba un leproso, cuentan éstas, impaciente y altane– ro, tanto que optaron los hermanos que le atendían por dejarlo a su merced. Su conciencia no les permitía oír las injurias que profería con- ciscanista J. A. MERINO en diversos estudios, de los que recordamos dos muy principa– les: Humanismo Franciscano, Ediciones Cristiandad, Madrid 1982; Manifiesto Francisca– no para un Mundo mejor, Ediciones Paulinas, Madrid 1985. 56. Se recordará que este apóstrofe lo leíamos en las lecciones del segundo nocturno de los Maitines de la Noche Buena. 57. Opuscula Sancti Francisci... (edit. C. Esser) p. 287 ss. En San Francisco... p. 108.
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