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86 ENRIQUE RIVERA entusiasta, el cual, soleándose sin cesar en su divina luz, se convirtió por fin a su vez en foco luminoso, que no sólo reflejó su resplandor, sino también reprodujo su imagen» 21 • Sin duda, este histórico atesta– do, de H. Felder junto con el refrendo del gran romántico J. Gorres, habla bien alto del sentido de imitación que tuvo Francisco respecto de Cristo. Y de Cristo Crucificado, cuya imagen llegó a reproducir. Al final de esta reflexión sobre esta segunda vivencia de San Fran– cisco es de justicia anotar la inmensa conmoción que suscitó en la vida íntima de la Iglesia. El contraste del «inhorresco» -me amedrento– Y del «inardesco» -me enardezco-, que entrevió San Agustín en el alma religiosa, la Iglesia lo ha vivido durante siglos. Bien pudiéramos decir que la Edad· Media optó por la primera parte del mensaje agusti– niano. Sintió con preferencia el peso misterioso de la Majestas Domini. La imagen del Buen Pastor había quedado entre las lucesitas de las catacumbas. Fue esta imagen la primera representación iconográfica que hicieron de Jesús los que le querían y querían asimismo que la multitud de ovejas descarriadas del paganismo entrara en su divino redil. Mas cuando la Iglesia cristianiza al Capitolio, el Buen Pastor tuvo que cam– biar su traje campesino por el majestuoso de una corte oriental. Repre– sentado en los mosaicos bizantinos, esculpido en el tímpano de las cate– drales románicas, Jesús es el Pantocrator, el Dios y Señor ante quien se rinden los cielos y la tierra. Pero se hallaba demasiado alejado de los hombres. · Es indudable que San Bernardo inicia un· movimiento de acercamiento a la dulce figura de Jesús. Lo dice bien el Jesu, dulcis memoria... Pero es el Pobrecillo de As(s quien, sin percibir ·la revolución que hacía, supo volver al equilibrio siempre inestable entre el «inhorresco» y el «inardesco» agustiniano, si bien con una preferencia por el «inardes– co», que quedará como nota de la piedad franciscana. Para Francisco Jesús es, sin duda, «el Cordero que recibe la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos» (Apc 1, 13). Pero es igualmente nuestro hermano: el que nace todos los años en Belén; el que ha querido ponerse a la vera de los duros caminos del vivir para socorrer al malparado por los ladrones; el que ha acompañado durante siglos a tantos discípulos cariacontecidos de Emaús ... Francisco vive la verdad, enunciada por la Carta a los Hebreos: «Jesús hubo de aseme– jarse en todo a sus hermanos» (Hbr. II, 17). De aquí sus múltiples colo– quios con su Jesús. Uno de ellos en aquella Noche de Paz en la que unos aldeanos de Greccio pudieron ver, con ojos de pasmo, hasta don- 21. H. FELDER. Los ideales de San Francisco, tr. españ. de P. lRAizoz. Pamplona 1926, p. 41. - En nota cita a J. GóRRES, Der heilige Franziskus von Assisi, ein Trouba– dour. Strassburg 1828.

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