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84 ENRIQUE RIVERA dad del Santo. Tanto es así que juzgamos a esta su vivencia de Cristo Crucificado, «y la más profunda y la más perenne». Anotamos de entrada en nuestro análisis que esta vivencia culmina en uno de esos estados excepcionales de la conciencia, justamente lla– mados situaciones límites. Ya dijimos que las situaciones límites sitúan a la conciencia cara a sus problemas últimos. Los existencialistas ha– blan entonces de angustia ante el pecado, la muerte, la transitoriedad, la nada... En San Francisco quedan estas tétricas vivencias marginadas ante la figura viva de Cristo Crucificado que le mira, le habla y le deja impresa su figura. Dos momentos excepcionales recuerdan los biógrafos al referir los momentos del encuentro de Francisco con Cristo: el primero, cuando Cristo habla a Francisco en la iglesita de San Damián; el segundo, cuan– do le imprime sus llagas en el monte Alvernia. Tomás de Celano nos hace sentir el primer momento con una frase para escribirse en mármol. Después de referir cómo Cristo habla a Francisco y cómo éste, pasma– do y fuera de sí, se dispone a cumplir el mandato recibido, comenta: «Desde entonces se le clava en el alma santa la compasión por el Cruci– ficado, y, como puede creerse piadosamente, se le imprimen profunda– mente las venerandas llagas de la pasión en el corazón, bien que no todavía en la carne». Escribimos esta última frase, que hemos subraya– do, en el latín expresivo de Celano: «cordi ejus, /icet nondum carni» 18 • Cristo, según este relato, todo verdad, ha penetrado hasta el hon– dón del alma de Francisco. Este ha quedado cara a su destino, pero no con angustia, sino con el único deseo de ser como Cristo. Francisco abre entonces su corazón al coloquio místico del Cantar de los Canta– res: «Mi amado es para mí y yo para mi amado». Es lo que subraya Celano quien, después de descubrir esta vivencia en lo que tenía de más profundo, añade: «Desde aquella hora desfalleció su alma al oír hablar al Amado. Poco más tarde, el amor del corazón se puso de manifiesto en las llagas del cuerpo». Los anotadores subrayan que la expresión d_e Celano «poco más tarde», es imprecisa, pues sólo diecio– cho años más tarde recibe Francisco los estigmas. Pero este detalle es muy marginal a los dos momentos máximos en los que la vivencia de Francisco ante Cristo Crucificado alcanza su máxima elevación e inten– sidad. Mucho más importante para nuestro propósito es anotar cómo Celano subraya la perennidad de esta vivencia a lo largo de la vida de Francisco. En frases muy sentidas lo anota: «Por eso, no puede 18. CELANO, Vida Segunda, n. 10. Trad. espaii. en San Francisco... p. 236. Texto en Analecta Franciscana, t. X, p. 137. - Los comentadores seiialan al pie de página lo que se comenta en el texto: «Quod impraecisius dicitur, cum Sanctus stigmata caelitus acceperit circiter duodeviginti annos post».

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