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MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ 114 un lugar de trabajo, que estaba organizado y controlado, por lo que no requería de una atención pastoral. Hay que afirmar que todo el desarrollo de esta estructura generaba no solo los recursos necesarios, sino también los medios para el desarrollo y atención de la mi- sión, lo que se irá completando con la industria de otros productos. De esta manera, como la ganadería no era suficiente para la subsistencia, organizaron también cultivos de yuca, tomando como referencia lo que cada familia hacía para cubrir sus propias necesidades. Este primer cultivo luego será completado con el de arroz, plátano… El excedente, especialmente de pan de yuca, era vendido en Guayana, asumiendo los compradores los gastos del transporte o recogiéndolo en la misión. En esta evolución y ampliación una industria particularmente significativa fue la manufactura de la caña de azúcar, que tenía un alto valor en el mercado, siendo necesario —en palabras de Alvarado— “para el uso del chocolate, limonadas, etc. y como el aguardiente y miel salen de la caña, compusieron un trapiche en el territorio que llaman de Cacagual con copiosos plantajes de caña y plátanos” 85 . El trapiche, a este fin, se había ubicado de manera estratégica entre los pueblos de Caroní, Suay y Amaruca, de tal suerte que los misioneros pudieran llevar a sus pueblos el producto que les correspondiese. En este caso, se ve con claridad que la organización iba más allá de las fórmulas tradicionales de las misiones capuchinas, puesto que el trapiche era gestionado por un mayordomo no indio y cuatro esclavos negros, generando cier- ta dificultad moral en algunos misioneros, pues —como hemos dicho— iba contra la Regla y la dignidad humana. Era directamente el procurador de la misión el que hacía de intermediario, dotándolo de lo necesario para el buen funcionamiento y custodiando lo obtenido del mismo. Otros oficios complementarios estaban también organizados en el hato y en los pueblos de misión, como era la elaboración de “cabuyas y cuerdas que tienen muchos usos, de curaguate, que es una especie de pita mejor que el cáñamo de España y tan bueno como el lino” 86 . En relación a esto, Alvarado hace un comentario muy típico de un ilustrado, pero que muestra el desconocimiento de la antropología propia de los naturales: “la continua pereza que reina en esta nación, hace que todo lo referido sea muy caro, pues no lo trabajan si no lo piden, y eso con mil trabajos” 87 . 85 Ibidem . 86 Ibidem , 349. 87 Ibidem , 349-350. En relación a la cuestión antropológica y lingüística, por parte de los mi- sioneros, cf. Valentí Serra, El repte d’inculturar la fe en les missions ad gentes dels caputxins catalans (ss. XVII-XX) , en Revista Catalana de Teologia 36 (2011) 535-573.

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