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MIGUEL ANXO PENA GONZÁLEZ 108 rán sus documentos al ver que ellos mismos continuadamente los quebrantan en sus operaciones 61 . 4. El despegue de una industria sostenible Es importante tomar conciencia que, cuando los jesuitas renuncian —en el año 1682— al territorio misionero que tenían asignado en esta parte del bajo Orinoco, siendo aceptado por el Consejo de Indias en 1690, era consecuencia directa de lo dificultoso e imposible que resultaba vivir en dicha área 62 . La tierra era estéril y no había recursos para la propia subsistencia y la de los indígenas que poblaban aquellas regiones. Piénsese, en este sentido, que la alimentación que en aquel momento lle- vaban los naturales era muy limitada, estando basada fundamentalmente en casabe y plátanos. Esta misma experiencia la viven los misioneros capuchinos con anterioridad a 1723. Por lo mismo, son conscientes de que han de encontrar una alternativa con la que poder dar de comer a indígenas y misioneros. La solución la propondrá, en 1724, el prefecto fray Tomás de Santa Eugenia que dispondrá que en todos los pueblos se contase con ganado vacuno, en el intento de cubrir las necesidades para la subsisten- cia de la población. El primer lote de reses lo ofrecerá un ganadero catalán residente en aquellas tierras, que les regalará 2 toros y 28 vacas, que luego se completará con la donación de los habitantes de Cumaná y Nueva Barcelona, ante la petición expresa del capuchino 63 . De esta manera, se daba el paso, de una economía de recolección y de caza a una de cultivo de ganado y de la tierra. En el sistema es imposible la vida sedentaria en poblados de cierta dimensión. Si se quieren formar poblados es necesario crear una economía distinta a la de recolección de caza y pesca. La única excepción sería la de poblados que fueran mantenidos, como sería por 61 Ibidem , 44. 62 Gumilla refiere el hecho: “Poco después tomaron posesión los reverendos padres capuchi- nos, que hasta hoy cultivan aquella nación, sin que jamás hayan pensado los misioneros jesuitas volver a dichos pueblos, y más estando en manos de tan fervorosos y apostólicos operarios”. J. Gumilla, Historia natural , 37. El mismo jesuita, en diciembre de 1732, en una carta escrita en latín da cuenta del buen comportamiento de los misioneros capuchinos de Guayana. Cf. Buenaventura de Carrocera, Misión de los Capuchinos en Guayana , t. I, 280, doc. 92. 63 Según Luis Ugalde la colaboración vino también de los misioneros de Píritu, que le donaron hasta cien reses, que se encontraban en varios hatos. Desde allí “el ganado fue conducido a pie con todas las dificultades que se puede imaginar. En el cruce del Orinoco se perdieron muchas reses pero con las que llegaron se formó la base para el futuro desarrollo de muchas decenas de miles de cabezas”. L. Ugalde, Mentalidad económica y proyectos de colonización en Guayana en los siglos XVIII y XIX. El caso de la Compañía de Manoa en el Delta del Orinoco , Caracas 1992, 60.

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