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samiento se convirtió en oración en ese momento: de más me parece decirte qué pediría, porque tú lo sabes mejor que yo mismo; .. " (a) Esta es la mejor parábola o semblanza de aquella vida que empezó siempre sus actos y le dió cabo pensando en Dios, en aquel Dios que su madre le había enseñado a ado– rar y a amar como a Padre cariñoso. 3.-"SE NECESITA UN SANTO PARA SALVAR A VENEZUELA". Son palabras de su Director espiritual, Monseñor Castro, lo mismo que si fuera un aviso periodís– tico apremiante. ¿No pensaría quizá en su dirigido al es– cribir estas palabras, previendo, con sus ojos chiquitos y relucientes, ojos de vidente y de santo, que esa figura que se necesitaba era precisamente su querido JOSE GRE– GORIO? Para el catolicismo en Venezuela, el Doctor HERNAN– DEZ fué un paladín de primera fila. Como nos dice el doctor Dominici, no buscaba la pelea, pero no la rehusaba. Nunca le fué simpática la figura del bravucón, ni siquiera para las peleas intelectuales, y menos para las religiosas. Sabía defender el catolicismo más con su ejemplo de abnegación y caridad, con el sacrificio de su vida, que con palabras que lleva el viento, sobre todo si son palabras agrias de disputa, de las que nada queda en limpio sino la contradic– ción y el mal sabor de espíritu ante el egoísmo de los con– trincantes, que más defienden su punto de vista y su orgullo que la verdad. El sabía cumplir más que disputar. Practi– caba el apostolado del ejemplo y del consejo, ese apostolado mínimo que es el más eficaz de los apostolados. "Es indudable -ha dicho Monseñor Navarro- que el Doctor Hernández aspiraba a una santidad eminente por el cultivo exquisito de su interior, y los ejercicios más austeros de la perfección cris– tiana". (b) (a) Dominici. - Epistolario, pág. 75. (h) Mons. Nicolás E. Navarro. - En "El Univesal", 2 de julio 1le 1!11 !l, N'·' 3634. "El Dr. José G. Hernández". -89-

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