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un portero, vistosamente uniformado, nos hizo se– ñas de que nos detuviésemos: en ese momento desembocaba del jardín delantero del Palacio un carruaje con cocheros ahogados en caireles y ala– mares. El landó pasó casi rozándonos; en el asiento postrero venía una anciana de opulentas carnes. Al frente una dama más joven, de buen porte. "La Reina!", exclamó Hernández en el colmo de la emoción, con júbilo inexprimible. Arrastrando el sombrero -iba a decir el cham– bergo- hasta más abajo de la rodilla. La dama mayor, quien se dió cuenta de aquel acto de ge– nuina adoración, saludó sonreída, con gentil ade– mán. Quedóse mi amigo unos instantes en éxta– sis, y luego, apretándome fuertemente el brazo, volvió a exclamar: "La Reina de España! Y nos ha saludado! Era, efectivamente, la Majestad caída de Isabel II". (g) No hubiera hecho menos, y no se hubiera sentido me– nos feliz cualquiera de sus antepasados. Y en una carta a la Srta. Carmelita López de Ceba– llos, le dice, a raíz de su estancia en España: "Tuve el gusto de conocer tan encantadora ciu– dad como es la Capital de España, y ver de cerca, pasando a mi lado, rozándome con su vestido, a la Reina de España, el verdadero ideal de la be– lleza femenina, realizado en ella como nunca lo hubiera creído si no la hubiese visto". (h) 27.-Este es el HOMBRE. Hemos visto nada más que su personalidad humana. Una personalidad fuerte y viril, de artista y de perfecto como hombre. Ejemplo para nnes– tras vidas y sublime ideal para todos los hombres. Esto, porque hemos querido presentar al hombre completo, no solamente al místico y al profesional. Este es el HOMBRE,'. (g) Vid. Elegía Dominici (cit. ant.) pág. 6. (h) Carta a la Srta. Carmelita López de Ceballos desde New York, firmada 6 de octubre de 1917. -84-
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