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gro, y luego me convencí era más bien producida por la inmensa cantidad de fluído eléctrico de que estaba cargado el ambiente. Media hora después estalló el primer relámpago inmenso, inaudito. Parecía como si nos hubiésemos sumergido en un océano de luz; se veía todo: los cerros, las hon– donadas, y el cielo lleno de agua. . . Ciego me quedé durante cinco segundos, y sólo volví de mi estupor porque mi caballo que se había encabri– tado, no me derribó milagrosamente, y corría con furia, siguiendo al de mi compañero, que había manifestado de modo idéntico su espanto. Pocos segundos después vino el trueno, e inmediatamen– te grandes gotas, convertidas luego en verdade:tos chorros, nos inundaron, y lo que es peor, humede– cían el camino de tal suerte que nuestras bestias no caminaban, sino rodaban. Mi acompañante encendió una linterna, e hizo que cambiáramos de montura, porque "le parecía -dijo- que yo no era muy buen jinete". Efectivamente, una vez en su caballo, me sentí más seguro, y continua– mos, él por delante, y yo detrás, y "el agua alre– dedor", como diría Núñez Cáceres. Cuatro veces estuve a punto de que el caballo rodara conmigo; por fortuna era obediente al freno, y bastaba su– jetarlo un poco para detenerlo en aquel camino resbaladizo como si fuera de jabón. Llegamos a las dos de la madrugada, y yo me acariciaba las ternillas que estuve a punto de perder. He visto muchas descripciones de tempestades, y todas me parecen débiles y frías ante la reali– dad: es cierto que las que he leído de autores bue– nos, no fueron en los Andes, donde todo es real– mente majestuoso. . . .Mis enfermos se han puesto todos buenos, aunque es muy difícil curar esta gente a causa de las preocupaciones y ridiculeces tan arraigadas en el alma popular: creen en el daño, en las gallinas -76-
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