BCCCAP00000000000000000000964

► l , ¡ I la Iglesia impone a los rieles. No buscaba d com– bate, pero tampoco lo eludía. Sin embargo, ta11 adversos ideólogos se estimaban mútuamenle, aún se querían. Cierto día, en Washington, le manifesté a Hernández mi temor de que aquellas diferencias filosóficas pudiesen haber enfriad<, nuestra amistad. -No, replicó vivamente: tú sabes que mis creencias religiosas no han intervenido nunca en mis afectos. Y era verdad" (s). 24. - Sería interminable querer citar todas las amis– tades, tanto en Caracas como en diversos puntos de la Re– pública y en el exterior, donde el Dr. HERNANDEZ era estimado y querido. El día de su muerte, Caracas demos– tró todo el cariño que tenía hacia aquel hombre que no tenía ningún enemigo, y a quien todos no solamente admi– raban y respetaban de una manera protocolaria, sino que lo querían de una manera entrañable. CAPÍTULO QUINTO EL HOMBRE (DIVERSOS ASPECTOS) 1.-No hace falta asentar la verdad de que HERNAN– DEZ era una inteligencia privilegiada, y de que era un hombre que tenía la suficiente cabeza para pensar por sí mismo en todo aquello que no entrara en el campo de la fe divina. Sabía llegar al límite sin deslindarse. Por eso fué un hombre completo, en el que la fe no aminoró nada la ciencia, y en el que la ciencia no era más que un auxilio y una corroboración de la fe. El científico que no se deja llevar por el humo vano de su ciencia, y el que no se engríe creyéndose dueño único y absoluto de ella, no dejará que se le vaya la cabeza. Recuerdo a este respecto la anécdota de Ramón y Cajal, que refería su ayudante de laboratorio, (s) Santos A. Dominici. Epistolario. -69-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz