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valor para decirles adiós de palabra .... Te reco– miendo mucho a María Luisa ·(su tía). El tener que dejarla, me ha sido el más doloroso de los sa– crificios que he tenido que hacer; haz con ella mis veces. . . . Les ruego a todos me dispensen cuanto les he hecho sufrir. . . . que Nuestro Señor nos dé la dicha de volvernos a ver en el cielo .... " (a). Asimismo escribía a uno de sus sobrinos: "Tú sabes que te tengo metido dentro del co– razón, y que desearía estar siempre y a todas ho– ras a tu lado. No pierdas el tiempo, estudia mu– cho, que el bien es para tí. No seas desapegado con la familia. Visítalos a todos con frecuen– cia .... " (b). Y a otra sobrina : " .... no tengo que recomendarte nada, porque sé que eres muy buena; pídele al Señor por toda tu familia siempre .... " (c). Era el recuerdo mejor que dejaba a sus familiares: la unión y el cariño de unos con otros, que él les había ense– ñado con su abnegación y sacrificio. Ahora, que Dios le exigía un nuevo dolor en su vida de hombre, de amigo, de patriota y de "padre" de aquella familia, lo que más le hacía dolor era aquella separación, y su mejor consejo fué el de ·.Jesús, en su separación, a los discípulos: "Hijitos míos, amaos los unos a los otros como Yo os he amado". . Para nadie era un secreto este aspecto de la vida del Dr. HERNANDEZ. Todos conocían aquella vida de sacri- (a) Puerto Cabello, junio 6, 1908. (b) En carta a su hermano César, desde Roma. Aparte a su sobrino Benigno Hernández Briceño, febrero 23 de 1914. (c) En carta a su hermano César, desde Roma. Aparte a su .sobrina María Luisa Hernández Briceño. -57-
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