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cia virgen y blanca la azucena y revientan en una explosión de color y de gracia la rosa y el clavel. De la misma manera, al lado del humilde San Alejo y de San Benito José de Labre, el pordiosero, esplenden sus galas reales y doradas San Luis y Santa Isabel ; y al lado de la gracia fina e infantil de Santa Rosa y de Santa Inés, resaltan las barbas fluviales y el gesto duro, quemado, de San Simón el Estilista, el hombre de la columna y la disci– plina; y el cilicio de Thais la petinente. Por esto, no son para puestas en boca de San Simón las palabras infantiles y confiadas de Santa Teresita, ni caerían en los labios de San Francisco, el artista, las duras palabras de San J eró– nimo. El Dr. HERNANDEZ tuvo su personalidad propia a la que la gracia se amoldó, no para contradecirla, sino para afirmarla y perfeccionarla. La santidad es el vestido blan– co, según la frase de los Santos Padres de la Iglesia, que se conforma a las líneas de nuestro cuerpo, no para defor– marlo, sino para embellecerlo. 2.-Uno de los sentimientos más ;nobles y más arraiga– dos en la naturaleza humana es el amor a la familia. Es– tos seres de quienes Dios mismo nos ha rodeado, han de ser siempre para nosotros el amor más puro y desinteresado, la ilusión mayor de nuestra vida. Como los santos siempre sobrenaturalizaban todas sus obras, buscaron siempre la raíz de este cariño en una orde– nación divina, que nos puso en la naturaleza esta tenden– cia, y en la voluntad de Dios, siempre providente, que nos ha rodeado de aquellas personas que más bien nos pueden hacer en la vida. Sería un monstruo el hombre que fuera sordo a estos instintos y a estas ordenaciones de Dios. Por esto decía Santa Teresita: "No comprendo a los santos que no aman a su familia". 3.-JOSE GREGORIO siempre tuvo fresco en la vida el recu~rdo de aquella mujer, amable para todos, valiente -53-
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